En el artículo anterior llegamos a la conclusión de que estar en la Unión Europea con el mercado único y el euro ha sido un éxito para España. En la primera mitad del siglo XX España era un país tercermundista con hambre y subdesarrollo equivalente al Haití o Somalia de hoy. La España de 1955 ocupaba el puesto 123 del mundo en desarrollo económico (medido en renta per cápita, nivel sanitario y educativo según el Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas, IDH) y en 2016 ocupa el puesto 26.
Dentro de la Unión Europea el puesto 13, por encima de la mayoría de los países del sur y este europeo, pero a distancia de los países del norte. En este comienzo de siglo, Europa se atrevió a establecer una moneda única en doce países a la que se incorporaron otros siete países más en las últimas ampliaciones. Se atrevió a asumir también a ciento diez millones de personas más de los países continentales del este con fuertes flujos migratorios de polacos, húngaros, rumanos y búlgaros, y todo en medio de una brutal crisis económica.
Ha sido como la tormenta perfecta que ha hecho temblar los cimientos del euro y de la propia Unión Europea. Pero a pesar de la falta de reacción rápida y en contra de sus estatutos, el Banco Central Europeo con su política de expansión monetaria impidió la bancarrota de España y de otros países del sur como Grecia, Italia y Portugal, y la Comisión permitió también unos déficits públicos y una acumulación de la deuda muy superiores a los firmados en los acuerdos del euro.
En España ese 3% máximo de déficit fueron triplicados y la deuda del 60% del PIB se superó y se mantiene en el entorno del 100%. La UE va resolviendo con pragmatismo y lentitud los problemas que surgen y se enfrenta continuamente a nuevos retos que los países por sí solos serían incapaces de superar.
Ahora en España estamos viviendo las secuelas de la crisis y nuevos retos que afectan al tipo de crecimiento económico que tenemos. Ha quedado una sociedad española muy endeudada tanto a nivel privado de empresas, hogares (hipotecarias) y sistema financiero, como público. Toda esta deuda es mayoritariamente externa y por tanto muy vulnerable a las variaciones de los tipos de interés y a las primas de riesgo.
Unos ingresos insuficientes o nulos en muchas familias, con paro muy elevado y trabajos precarios y un sector público con el reto de hacer frente al envejecimiento de la población que genera una gran presión sobre el gasto en pensiones, sanidad y dependencia, y que por otra parte tiene que asegurar una renta mínima a parados de larga duración, familias sin ingresos, educación y un largo etcétera. Los gastos se multiplican y los ingresos no se consiguen al mismo ritmo.
Sectores enteros desaparecen y con ellos muchas ocupaciones hasta ahora habituales de la clase media, y crecen los empleos de alta y baja remuneración, lo que está planteando el reto de evitar el crecimiento de la desigualdad. La crisis llevó al desempleo y a la reducción de salarios, y el crecimiento del empleo ahora se da básicamente en el sector servicios, muchas de cuyas ramas crean trabajos de alta estacionalidad, temporales y a tiempo parcial. La desigualdad de ingresos y de riqueza está creciendo.
Por otra parte, la industria está destruyendo empleo, como ya hizo la agricultura hace años, por la sustitución tecnológica y además gran parte es de industria tradicional con pequeñas empresas y poca productividad y adolece de poco peso en industrias avanzadas de la nueva era tecnológica, con poca innovación publica y privada.
Solos estamos perdidos en esta nueva era digital en que grandes potencias asiáticas y americanas nos llevan un adelanto sideral. Solo dentro de Europa tendremos alguna opción de poder competir en la nueva era de la inteligencia artificial y de la biotecnología. La desigualdad está creciendo también tanto en la esfera norte-sur de Europa, como en los territorios de cada país. Según el IDH de Naciones Unidas en España el País Vasco tiene un indice de desarrollo semejante al de Noruega, Madrid equivalente al de Holanda, Balears al Reino Unido y Catalunya similar al de Austria, mientras que Andalucía y Extremadura se asemejan al de Grecia.
La solución no es salirse de la zona euro sino mejorar nosotros y mejorar Europa. Plantearse qué podemos hacer por Europa y no solo qué puede hacer Europa por nosotros, a lo que dedicaremos los próximos artículos.