Lluís Nadal de Olives es el presidente de la Asociación de Empresarios de Explotaciones Agrarias de Menorca (Agrame), vinculada a PIME, desde hace tres años. Ingeniero agrónomo de profesión, es titular de la finca Binillautí Vell, ubicada en Mahón.
-¿Cómo está la situación del campo menorquín?
-Nuestro sector lleva años sumido en un proceso de reestructuración y retroceso forzado por las circunstancias, que está dando como resultado una disminución clara de explotaciones y un abandono progresivo.
-¿Cuál es el motivo?
-La falta de rentabilidad de las explotaciones, un trabajo muy sacrificado en el que tras la jubilación de los payeses, no hay relevo. No compensa, no es rentable y es muy duro.
-¿En qué sentido?
-Se sigue cobrando el litro de leche a 31 céntimos, lo mismo que recibíamos hace 30 años. Lo que hemos hecho para subsistir ha sido optimizar las explotaciones para producir más y cerrar otras para conseguir algo más de margen, que si antes era de 10 céntimos, ahora es de dos céntimos, para que me entienda.
-¿Siguen siendo imprescindibles las subvenciones?
-Del todo, especialmente las que vienen de Europa mediante la Política Agraria Común (PAC), porque de lo contrario, todas las explotaciones agrarias y ganaderas estarían cerradas, así de claro se lo digo. El Consell de Menorca también nos aporta una valiosa ayuda que ronda los 3.500 euros al año, pero sigue siendo insuficiente.
-¿De qué censo de explotaciones hablamos en Menorca para hacernos una idea?
-En Agrame somos unos 100 socios propietarios, pero algunos tienen más de una explotación. A nivel insular, podríamos estar hablando de un censo aproximado de unas 300 explotaciones, la mayoría de las cuales son ganaderas y unas 130 dedicadas exclusivamente a la producción de queso y leche. Son explotaciones más bien pequeñas, de unas 120 hectáreas, cuya superficie aprovechable estaría alrededor del 50%. ¡En los años 90 había más de 400 que hacían queso y leche!
-¿Cómo afecta la sostenibilidad a su modelo agrario?
-Toda la agricultura y ganadería menorquina ha sido siempre muy respetuosa con el medio ambiente si la comparamos con otras regiones, que tienen unas cargas de ganado por hectárea de cultivo cuatro veces mayor que la nuestra. Un ejemplo es la cantidad de excrementos que producen nuestros animales, que no nos bastan para fertilizar nuestras propias tierras.
-¿Considera que la recuperación de cultivos tradicionales como la vid para elaborar vino o el aceite pueden ser una alternativa de futuro?
-Todas los caminos son válidos, pero no creo que puedan servir como alternativa real para salvar al campo sino como un mero complemento. La Rioja, Ribera del Duero o Jaén son grandes competidores, por no hablar de otros países, y nosotros tan solo podemos representar una minúscula productiva dentro de este mundo globalizado.
-¿Qué futuro se puede plantear?
-La única garantía de futuro que veo es poder vincular nuestras explotaciones al turismo, aprovechando la favorable aceptación que tienen nuestros productos y el paisaje natural que hemos sabido conservar. Estos dos complementos que podemos llamar agroturismo, enoturismo, oleoturismo o como queramos, son nuestro salvavidas.