Da que pensar que en EE.UU, con un PIB per cápita de 72.440 € en 2022 (en España era de 28.280 €), 45 millones de trabajadores necesiten una ayuda del Estado para llegar a fin de mes. Si esto ocurre en la primera economía del planeta, no es extraño que uno de los grandes problemas que tiene hoy la humanidad sea el de la desigualdad. Más de la mitad de la población global se ha empobrecido desde el inicio de la pandemia. Es más, la desigualdad mundial, es decir, la brecha entre el Norte y el Sur, ha crecido por primera vez en 25 años. Este hecho es hoy uno de los grandes desafíos de la Europa del siglo XXI.
La inflación, que sigue siendo el más injusto de los «impuestos», no únicamente ha hecho más pobres a las clases más vulnerables, sino que también ha golpeado a la clase media. A nivel global, más de 800 millones de personas de 52 países han perdido poder adquisitivo en los últimos dos años, lo que representa en valor absoluto 1,3 billones de euros, cifra equivalente a casi un mes de salario por trabajador, según la organización no gubernamental Oxfam Intermón. Es, pues, una evidencia que la desigualdad se está cronificando a marchas forzadas a nivel mundial. Sin ir más lejos, en España, en el año 2022, el 10% de las familias españolas acapara el 52,7% del capital.
Por otra parte, la actual situación geopolítica y las elecciones europeas y, especialmente, las estadounidenses no nos mueven al optimismo. El resultado de las Europeas es incierto y no se puede descartar en absoluto un cambio de signo político en la gobernanza de la UE. Además, el principal tractor económico de la eurozona (Alemania) está en horas bajas, y, salvo España, cuya previsión de crecimiento para el 2024 está en torno al 2% del PIB, la media del conjunto de Europa no alcanzará el 1%. Asimismo, no se espera que la inflación alcance el objetivo del 2% hasta 2026. Precisamente, una de las razones esgrimidas por el ejecutivo comunitario para justificar este débil crecimiento es la pérdida del poder adquisitivo de los salarios.
Pero la situación pueda ir a peor. Las guerras de Ucrania y Gaza siguen siendo una seria amenaza para Europa y todo el Oriente Medio. A su vez, una eventual victoria de Trump puede añadir más inestabilidad a nivel mundial.
Ante este panorama tan poco alentador y que en nada nos favorece, lo deseable sería que en nuestro país existiera, entre el Gobierno y el principal partido de la oposición, un clima muy distinto al actual que favoreciera el diálogo para afrontar con rigor los principales retos que tienen que ver con el bienestar y progreso de los españoles. Me refiero a la sanidad, educación, pensiones, vivienda, empleo, migración y poner freno a los precios de los alimentos que siguen al alza... A éstos habría que añadir, obviamente, otros idiosincráticos, como son la lucha contra el cambio climático, acelerar la ejecución de los fondos europeos y, además, nuestra obligación de recuperar la ortodoxia fiscal y presupuestaria que se puso en standby por causa de la pandemia.
Concluyo. A estos deberes hay que añadir, si no queremos quedar descolgados del pelotón de cabeza de los países de la UE, la necesidad de converger en renta per cápita, empleo y, sobre todo, productividad con nuestros socios europeos. Así, pues, la tarea que nos aguarda es ingente y, efectivamente, no ayuda la actual situación de Europa mermada en su crédito e influencia frente a EE.UU, China y, lo más preocupante, ante la propia Rusia de Putin.