El hecho de que Balears sea la cuarta comunidad que menos aporta a la Iglesia Católica ha de ser un motivo de reflexión. Las Islas tienen a su lado una estructura eclesiástica que se ha distinguido durante décadas, incluso en la parte final del franquismo, por su acercamiento a la gente, por atender a sus preocupaciones, por defender los valores de anhelo de libertad y por numerosas acciones que merecen un gran reconocimiento, como sus obras sociales para la recuperación de drogadictos o para evitar la marginación. A su vez, su preservación del patrimonio y su preocupación por la cultura y a lengua propias son méritos incuestionables e impagables.
La estructura económica. Balears es una sociedad que ha experimentado un crecimiento espectacular en pocas décadas a partir del turismo, unido a la llegada constante de inmigrantes. Eso genera sociedades dinámicas, luchadoras pero, a menudo, alejadas de la espiritualidad. Prueba de ello es que algunas de las comunidades españolas que menos aportan pasan por procesos parecidos, como Catalunya o Canarias. Por contra, las autonomías socialmente más estáticas, como las dos Castillas o Extremadura, se hallan entre las que más aportan a través de sus declaraciones. Es lógico que así sea porque no han vivido de una manera tan radical los vuelcos sociológicos y de estilo de vida de otras comunidades.
Conciencia de la situación. En los meses de temporada alta y media turística da la impresión de que una buena parte de la población del Archipiélago se olvida de todo lo que evoque espiritualismo. En ocasiones parece que no sabe reflexionar sobre lo verdaderamente importante. Una Iglesia bien dotada es garantía de esfuerzo social, educativo, cultural y de protección de la personalidad propia de las Islas. Es sello de estabilidad, con sentido de la existencia imbricado con la realidad a la que sirve. En una colectividad basada en el turismo, la Iglesia lo tiene difícil. Pero, al fin y al cabo, es la solidaridad la que nos fortalece a todos.