Tras una semana de ataques y contraataques entre los ejércitos de India y Pakistán, dos enemigos tradicionales desde que ambos dejaron de ser colonias británicas en 1947, el sábado el presidente norteamericano, Donald Trump, anunció que ambas potencias nucleares habían llegado «a un alto el fuego total e inmediato». Sin duda, los dos países, uno de mayoría hindú y otro musulmán, se han asomado al abismo en un choque que ha obligado al mundo a contener el aliento. El principal problema es que tanto Nueva Delhi como Islamabad poseen un arsenal de modernas armas nucleares, por lo que un choque como el vivido estos días en la disputada región de Cachemira ha encendido todas las alarmas internacionales. Todo empezó el 22 de abril, cuando un atentado terrorista en aquel territorio en tensión se saldó con 26 fallecidos, muchos de ellos turistas, por lo que India culpó inmediatamente a Pakistán de estar detrás de los terroristas. Días después, aviones indios bombardearon objetivos en el país vecino, causando la muerte de 31 personas. Según los atacantes, se trataba de insurgentes. Para Pakistán, eran inocentes masacrados sin motivo.
En tensión permanente.
Lo cierto es que la dividida región de Cachemira se encuentra militarizada y en tensión permanente, y cualquier chispa puede hacer saltar por los aires la contención impuesta a ambos países en disputa. Es necesario, pues, afianzar el alto el fuego conseguido por Trump, que se antoja muy frágil.
La realidad geopolítica.
Asimismo, esta breve pero intensa guerra entre dos rivales históricos ha puesto de manifiesto la nueva realidad geopolítica: Pakistán se ha acercado a China, que le suministra importante material militar, e India, por su parte, se está reconciliando con Estados Unidos, tras una época de acercamiento a Rusia tras la invasión de Ucrania.