Con un gran desfile militar en la plaza de Tiananmén, China quiso lanzar un mensaje al mundo y cuestionar abiertamente el actual orden mundial y el gobierno que ejerce Estados Unidos. Esta exhibición de músculo fue el colofón a la cumbre de la OCS (Organización de Cooperación de Shanghái), que ha fortalecido en la ciudad portuaria de Tianjin los lazos entre el gigante asiático, Rusia, India y una veintena de países euroasiáticos. Entre todos representan a más del 40 por ciento de la población mundial.
Unidad ante Trump.
El presidente chino Xi Jinping, anfitrión del encuentro, incidió una vez más en la necesidad de abandonar la mentalidad de la Guerra Fría y reclamó unidad ante los conflictos y las disputas comerciales, en clara alusión a la política arancelaria de Donald Trump. La reunión también ha servido a Vladimir Putin para abandonar el ostracismo internacional al que parecía relegado. El líder ruso escenificó su sintonía con Xi y también con Modi, su homólogo indio, y cuestionó el papel de Europa para resolver la situación en Ucrania. «Este conflicto no surgió como resultado de un ‘ataque de Rusia contra Ucrania’, sino como consecuencia de un golpe de estado instigado por Occidente en 2014», aseguró.
El sitio de Europa.
China lleva tiempo intentando alterar la influencia mundial de Occidente. Su plan se ha ido tejiendo durante muchos años y siempre apoyado sobre un escenario eminentemente industrial y comercial. Es indiscutible que los discursos y maniobras de Trump han alterado el ritmo de Pekín, que ha decidido dar un golpe sobre la mesa y reivindicar el papel del Sur Global. Es pronto para calibrar el alcance y los efectos de la cumbre de la OCS, pero China y sus aliados, en su mayoría regimenes totalitarios, han puesto las cartas sobre la mesa. Quizás Europa también debería buscar su sitio.