El disparo mortal de un francotirador al activista ultraconservador Charlie Kirk, que se desplomó ante miles de estudiantes de la universidad de Utah que habían acudido a escucharle, ha evidenciado la brecha social en Estados Unidos, que se ha asomado al abismo. Sólo la rápida detención del sospechoso, entregado a las autoridades por su propia familia, ha calmado ligeramente las aguas, aunque la realidad es que demócratas y republicanos nunca habían estado tan distanciados. Kirk, firme defensor del uso de las armas de fuego, islamófobo, xenófobo y anti LGTBI, era una figura controvertida de la ultraderecha y un íntimo del presidente Donald Trump, que se mostró horrorizado por la muerte violenta de su amigo. No hay que olvidar que el propio Trump, meses atrás, ya fue objeto de un intento de magnicidio por parte de un tirador que se apostó en un tejado durante uno de sus mítines y que le hirió levemente. En un país donde hay millones de armas de fuego en casas y calles, un estallido de violencia social puede tener consecuencias imprevisibles.
Condena del asesinato.
A pesar de que desde algunos sectores se ha intentado, de alguna manera, justificar el crimen de Kirk, incluso sosteniendo que provocaba de forma intencionada con sus declaraciones incendiarias, lo cierto es que era solo un joven y polémico orador, que defendía sus controvertidas ideas en foros públicos, y cuya muerte violenta no puede ser justificada de ninguna manera.
Fractura política.
Kirk, no hay que olvidarlo, era una celebridad en Estados Unidos, un líder para miles de jóvenes que admiraban su ideología y su verbo fácil. La fractura política en estos momentos es total, pero las autoridades deben hacer un llamamiento a la calma para evitar que el crimen del activista degenere en una oleada de violencia entre las dos partes enfrentadas. No se puede echar más leña al fuego.