Que los niños constituyen el futuro de la humanidad es una perogrullada que a nadie se le escapa, y, en cambio, nos cuesta reconocer que la infancia se encuentra totalmente desprotegida en casi todas partes.
La Unicef, agencia de la ONU que se encarga de los programas de mejora de la situación de los niños en el mundo, arranca estos días una nueva etapa y declara que la guerra, la pobreza y el sida son las tres grandes amenazas para la salud de la infancia de nuestro planeta.
Desde aquí, cómodamente situados en una zona próspera del primer mundo, nos resulta trabajoso pensar en millones de niños de otros lugares que sufren toda clase de penalidades. En cambio esa terrible realidad no está tan lejos.
En cualquier país, en cualquier ciudad, como la nuestra, hay niños "marginados, abandonados, olvidados" que no logran beneficiarse de los derechos que les corresponden. Y en otros países cercanos a nosotros por su cultura y su historia, como los latinoamericanos, la infancia adolece de casi todo: educación, sanidad, estabilidad familiar...
No es un asunto que deba dejarse de lado como uno de los muchos problemas irresolubles que azotan la vida de millones de seres humanos en todo el mundo. Los niños deben gozar de las garantías que les ofrece su carta de derechos "aprobada hace diez años nada más" y ésa debería ser una tarea irrenunciable para todo político, legislador y gobernante que se precie.
El resto de los ciudadanos tendremos que contentarnos con realizar una labor educativa y humanitaria en la medida de nuestras pequeñas posibilidades para que en el futuro dejemos de ver a los niños como objeto de propiedad y pasen a constituirse en sujetos de derecho.