De todos es sabido que las masas son fácilmente manipulables si se emplean para ello los métodos adecuados. Siglos de análisis políticos preceden a los estadistas de hoy y casi a ninguno de ellos le sobra el título de «Maquiavelo». Dicho así parece que los altos despachos del poder sean lugares siniestros donde se traman las más hábiles estratagemas para adherirse a la opinión pública. En la actualidad se han dejado de lado las maniobras siniestras "al menos en los países civilizados" para abrazar todos los medios que las modernas tecnologías ponen al alcance de los poderosos en su intento por captar la atención, primero, y el voto, después, del ciudadano de a pie. Y ahí está el quid de esta cuestión. Que el ciudadano de a pie escucha la radio, lee los periódicos, conversa con sus vecinos y compañeros, pero, sobre y por encima de todo, ve la televisión. Y muy extendida está la idea de que todo cuanto se dice en televisión es cierto.
De ahí que la «caja tonta» sea un tesoro del que nadie quiere desprenderse. Nos referimos a los poderes fácticos, que ven en la televisión el canal perfecto, insustituible, para llegar al hogar de millones de personas que tenderán a creer a pies juntillas cuanto en ella se dice. Especialmente si lo dice una persona conocida y seria, como suelen ser los políticos.
Por ello las cadenas televisivas en nuestro país se destacan por servir a sus amos con una fidelidad pasmosa. Lo mismo las públicas que las privadas y las autonómicas. Ahora los socialistas han abandonado airados el Consejo de Administración de RTVE en protesta por la parcialidad "hacia el PP, claro" de los informativos de las cadenas públicas. Poco pueden protestar ellos, que durante 14 años hicieron idéntico uso partidista y partidario de un ente público que, no olvidemos, pagamos todos a precio de oro a cambio de manipulación y una programación más que deficiente.