Aunque ya llevamos semanas en un ambiente preelectoral en el que hemos escuchado casi de todo, ayer se dio oficialmente el pistoletazo de salida a una carrera por el voto que culminará el 12 de marzo. Será una fecha histórica en la que todos se juegan mucho. Los de José María Aznar se enfrentan al reto de renovar una mayoría que ahora podría convertirse en absoluta si consiguen convencer al electorado de que la bonanza económica se debe a la acción de un gobierno firme y cohesionado que ha sabido aprovechar una coyuntura internacional favorable para transformar el boom económico en puestos de trabajo, consumo, menos impuestos y bajón sin precedentes de los tipos de interés.
Los de Joaquín Almunia, huérfanos de Felipe González por primera vez, tienen ante sí el objetivo de hacer olvidar un pasado cercano salpicado de escándalos para ofrecer una nueva imagen renovada e imaginativa, con mensajes tradicionales de la izquierda, como la sanidad y la educación para todos, el freno a las privatizaciones, la defensa de los débiles y las respuestas innovadoras a los viejos problemas de siempre. No lo tienen fácil, sobre todo porque el Gobierno de Aznar no lo ha hecho mal del todo y presentará ante los electores no promesas, sino hechos fehacientes.
Y, por último, los demás. La izquierda, desmembrada como nunca, ha conseguido librarse del lastre que era Julio Anguita, aunque quizá eso le pese más todavía por verse descabezada y desorientada. Y los nacionalistas, que tratarán de igualar resultados anteriores para convertirse en la necesaria bisagra de la derecha española.
Entramos, pues, en una campaña que todos prometen que será limpia "habrá que verlo" y que pone fin a la "contra los pronósticos iniciales" legislatura más larga de la democracia española.