Como cada año, aunque sirva de poco, se celebró ayer en todo el mundo el Día de la Mujer Trabajadora. En nuestro país "que, dentro de lo que cabe, goza de una excelente salud en cuanto al tema se refiere" las principales demandas siguen siendo la igualdad salarial, la protección de la maternidad y la firmeza contra la violencia doméstica.
Pero ahí fuera, en todos los continentes, sobre todo en el sur, tenemos tremendos ejemplos de cómo se encuentran las mujeres, sometidas, aplastadas, anuladas por los hombres. Si para algo, efectivamente, sirven celebraciones como ésta, es para airear cifras aterradoras que nos recuerdan por un día "el resto del año lo olvidamos alegremente" cómo es el mundo en que vivimos.
Millones de violaciones, niñas condenadas a la prostitución, abortos clandestinos que llevan a la muerte a miles de mujeres de países pobres, hambre, analfabetismo, sometimiento, explotación y malos tratos son el día a día de gran parte de esta mitad de la población mundial que es femenina.
Y los políticos, especialmente los nuestros, que se encuentran en plena vorágine de promesas electorales, se proponen todo tipo de fórmulas mágicas para acabar con una discriminación milenaria. Fórmula sólo hay una y de mágica no tiene nada. Hay que preguntarse cómo ha llegado el hombre "masculino" a la posición de dominación en la que se encuentra: arrogándose para sí el dinero, el poder, la capacidad de tomar decisiones, la educación, la formación, la economía y la ley.
Pues bien, ahí tienen el secreto. Otorguen a las mujeres todo eso y en pocos años estarán a la altura de los hombres. Pero ¿cuántos hombres querrán compartir todo eso después de miles de años de exclusividad?