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Editorial

Un ataúd bajo el mar

La vida de 118 hombres pende de un hilo y, como si se tratara de una película de suspense, los responsables de su salvamento están apurando las últimas horas de oxígeno que les quedan para tomar la decisión final. Se trata de soldados rusos, muchos de ellos muchachos de apenas 18 años que cumplían en el submarino «Kursk» su servicio militar. La caprichosa fortuna ha querido que estos chicos, que se libraron de la mili en Chechenia, vean ahora cara a cara a la muerte en una situación límite.

Las autoridades rusas, en un acto de soberbia sin justificación, han demorado la petición de ayuda internacional para intentar sacar a esos chicos del ataúd en el que se encuentran desde hace cinco días, a más de cien metros de profundidad. Ahora, vistas las escasas posibilidades de éxito de Moscú, se han decidido a pedir auxilia. Los primeros equipos de salvamento no han detectado, en las últimas horas, ninguna señal de vida a bordo, aunque puede deberse a la debilidad causada por la escasez de oxígeno. Los golpes en el casco de submarino propinados por los marinos se fueron haciendo cada vez más débiles y esporádicos, hasta que han cesado completamente.

Todo parece indicar "con el filtro de la seguridad nuclear rusa" que se produjo una explosión en el submarino, aunque Moscú asegura que sus 24 misiles carecen de carga nuclear porque se encontraba haciendo maniobras. Pero no todos están convencidos. Expertos militares afirman que el peligro de explosión nuclear existe si no se enfría el reactor del submarino y tampoco se excluye el riesgo de contaminación radiactiva en la zona. Tal vez si Rusia hubiera reaccionado con mayor celeridad, aceptando desde el primer momento la ayuda ofrecida, ahora estaríamos viendo en televisión a los 118 supervivientes sanos y salvos.

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