Acaba de conocerse el dato que confirma que el ritmo de la economía española empieza a contenerse, y se espera que el año termine con un incremento del Producto Interior Bruto del cuatro por ciento, una cifra nada desdeñable, si tenemos en cuenta que el crecimiento de los dos últimos años fue de 3'7 y del 3'5 por ciento, tasas que permiten ya crear empleo.
La noticia llega además en un momento en el que se perciben leves bajadas del precio de los carburantes, que, al parecer, han tocado techo. Al mismo tiempo se anuncia un enfriamiento de la economía estadounidense, lo que hace prever una próxima bajada de los tipos de interés al otro lado del océano, algo que a la larga suele ser contagioso. Y otra buena nueva para el fin de año: el fortalecimiento del euro, tan decaído últimamente, que ha llegado a cambiarse a 0'90 dólares.
Los datos son optimistas, aunque tampoco está de más echar una miradita a las previsiones económicas para el año próximo, a las declaraciones de los responsables políticos y a la realidad de la calle. Y lo que vemos es esto: España crece por encima del resto de la UE y seguirá haciéndolo los próximos años y eso es algo que hay que saber aprovechar para alcanzar la deseada convergencia con Europa; por ello las autoridades insisten en su cantaleta favorita, aquello de la «contención salarial», aunque ahora añaden que los empresarios no deben tampoco desorbitar sus previsiones de beneficios. Algo difícil de creer si tenemos en cuenta que en este mismo año algunas empresas han crecido un 45%, porcentaje inimaginable para los trabajadores asalariados. Y ahí volvemos al tema de la inflación, que nos devuelve a la tierra: la subida de las hipotecas, las gasolinas y la contención salarial han frenado el consumo interno y, con ello, la economía se ralentiza.