Los políticos del turismo, los touroperadores y los hoteleros están constatando que el flujo de visitantes hacia Balears en los meses de temporada baja no acaba de arrancar. No es ninguna sorpresa. Lo extraño sería lo contrario. Porque nuestras islas ofrecen al turista paisajes admirables, rincones pintorescos, deportes acuáticos, terrazas donde disfrutar de una gastronomía interesante y, sobre todo, playas y piscinas. Y cualquiera que quiera gozar de todo ello exigirá antes que nada una sola cosa: buen tiempo. O sea, primavera, verano y principios del otoño. En invierno, cuando hay que pasearse con abrigo y protegerse del viento, pocos elegirán estas islas como destino vacacional, aunque sí lo hagan quienes poseen aquí una segunda residencia y huyen de los fríos glaciares del norte de Europa.
Ésa y no otra es la razón por la que los turistas nos esquivan en invierno. En cambio, si echamos un vistazo a las ofertas vacacionales que pueblan los escaparates de las agencias de viajes comprobaremos que París, Londres, Nueva York, Roma, Amsterdam y cualquier ciudad cultural con climas terribles goza de aceptación entre las personas que eligen estas fechas para pasar sus vacaciones. El porqué es tan obvio que casi sobran explicaciones. Nuestros políticos y empresarios han sabido aprovechar de mil formas lo que la generosa naturaleza nos ha dado en abundancia: el sol, el mar, las montañas... pero han despreciado sistemáticamente todo lo demás, incluso lo que ya nos viene hecho, como la historia, el arte y un riquísimo patrimonio arqueológico.
Podrían preguntarse de vez en cuando qué habrían hecho, por ejemplo, los norteamericanos si hubieran tenido talayots, taulas y necrópolis púnicas como los nuestros, o restos romanos, o palacios e iglesias góticas. Ahí está la respuesta a nuestra falta de visitantes invernales. No les hemos hecho ver el tesoro que pueden descubrir aquí, aunque no brille el sol.