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Editorial

Uranio americano en Bosnia

Cuando un país entra en guerra todo son calamidades y no hacemos sino constatar que llueve sobre mojado al escuchar las últimas noticias llegadas desde Kosovo y Sarajevo, donde se ha detectado un alarmante aumento de los casos de cáncer y leucemia, quizás debido al uso de uranio por parte de las tropas norteamericanas en sus ataques a los serbios hace cinco años. Seguramente a los bosnios estas noticias no harán más que devolverles al horror vivido durante años entre misiles, ametralladoras, refugios antiaéreos, incendios y todo lo que rodea a una masacre. Todo son pérdidas en una situación así, y lo peor es que, ahora, cuando dábamos por sentado que esa región castigada tan duramente empezaba a ver la luz al final del túnel, resulta que no. Que no podían esperar la paz, la reconstrucción y la ayuda internacional sin pagar un alto precio.

La OTAN bombardeó aquellos parajes, al parecer, haciendo uso de uranio empobrecido para lograr una mayor penetración de los proyectiles en el blindaje de los carros de combate. Washington asegura que esa sustancia no produce alteraciones en la salud humana, pero los especialistas británicos afirman lo contrario: que una sola partícula de polvo de uranio puede destruir el sistema inmunológico de una persona.

Los italianos ya hablan del «síndrome balcánico» y piden explicaciones al máximo nivel. En España se habla poco y mal, como siempre, y es exigible desde todo punto de vista una aclaración inmediata y completa, sin tapar la verdad, por más dolorosa que sea. No olvidemos que más de cuarenta mil proyectiles envenenados cayeron sobre Bosnia y Kosovo, y sus efectos aún pueden estar ahí, para desgracia de los habitantes de la zona y de los soldados europeos y americanos destacados allí con misiones humanitarias.

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