La banda terrorista ETA ha vuelto a matar y lo ha hecho con un coche bomba de una potencia inusual. Un «mosso d'esquadra» de la Policía Judicial de Roses de 33 años ha sido la última víctima de los bárbaros. Según apuntan todas las informaciones, el artefacto hizo explosión minutos antes de lo previsto, lo que demostraría claramente la intención asesina de quienes lo colocaron. Eso, naturalmente, si todavía albergáramos alguna duda sobre ello. Ésta es y ha sido la forma de hacer campaña electoral de los violentos, de los que pretenden atemorizar a la ciudadanía para imponer sus criterios o para silenciar a los que no piensan como ellos.
Naturalmente, tras el robo de los explosivos en Grenoble, podía pensarse que éstos iban a ser utilizados por los terroristas y que iban a hacerlo en breve, aprovechando la situación preelectoral que vive Euskadi, una situación en la que cada vez es más evidente el abismo que separa a nacionalistas de no nacionalistas. Aunque tampoco debemos culpar ni a los unos ni a los otros del baño de sangre al que nos someten unos individuos que más se asemejan a los fascistas más radicales que a cualquier otra desviación ideológica.
Sin embargo, sí que es necesario no llegar a extremos demonizando al PNV como si fuera exactamente lo mismo que HB o EH, como han hecho durante los últimos meses el PSOE y, muy especialmente, el PP y el Gobierno de Aznar. El nacionalismo democrático vasco, pese a sus errores políticos, merece otra consideración y debe contarse con él para poner fin a esta continua irracionalidad.
Y también es preciso que, desde el PNV se haga lo posible por restablecer puentes de diálogo y de convergencia con los partidos llamados «soberanistas». Esto es básico para poder afrontar con firmeza un proceso de paz con garantías.