Este año se temía en todo el mundo la presencia de incidentes graves en la celebración de la tradicional manifestación que recuerda los derechos de los trabajadores cada Primero de Mayo. Por fortuna, no fue así, aunque en algunos casos se presentaron a los actos más policías que manifestantes. En un mundo como el que hemos creado, con problemas nuevos y no menos dramáticos que los antiguos, la figura del sindicato no deja de tener vigencia, aunque parece que éstos se aferran a métodos y nociones más propios de la lejanísima revolución industrial. Hoy tenemos frente a nosotros un desempleo alarmante, unas desigualdades salariales y sociales inmensas si comparamos unos y otros países dentro de la Unión Europea, las terribles consecuencias de la globalización económica, la mareada de inmigrantes, las nuevas modalidades de contratación... En fin, el índice sería interminable.
Por ello son necesarias aún las manifestaciones reivindicativas, las negociaciones colectivas y la lucha sindical y resulta chocante, preocupante y hasta vergonzoso que una capital como Madrid registre sólo 3.500 manifestantes. De nada sirven, pues, los malos entendidos, los distanciamientos entre colectivos que persiguen el mismo objetivo, que sigue siendo la dignificación de la vida del trabajador, tan amenazada hoy como siempre. No se puede exigir un matrimonio feliz entre sindicatos de distinta ideología, pero tampoco los gestos hoscos entre ugetistas y comisionistas conducen a nada, pues a la postre estarán condenados al entendimiento en favor de sus defendidos.
Y menos justificables aún resultan los actos violentos protagonizados en Palma por la central anarquista CNT, en demanda del uso de los locales que forman parte del patrimonio histórico sindical, aunque su reivindicación sea del todo legítima.