Hace veinte años el mundo se estremeció de espanto al contemplar el físico reducido a la nada de un famoso actor, Rock Hudson, que fue el primero en reconocer ante el planeta que era víctima del sida a raíz de su agitada vida sexual. Nacía entonces para el gran público una plaga que muchos calificaron de bíblica y que no tardó en adquirir tintes homófobos, xenófobos y clasistas. Drogadictos, prostitutas y homosexuales fueron al principio la diana de esta terrible enfermedad que hoy, gracias a un enorme esfuerzo investigador, ha dejado atrás esa estela de prejuicios estúpidos para convertirse sólo en un mal incurable. Si en aquellos primeros años ochenta el sida era garantía de una muerte pronta y horrible, hoy el enfermo puede contar con cierta calidad de vida "se considera ahora una enfermedad crónica" gracias a los cócteles de fármacos y a la sensibilidad de la sociedad, que ha dejado de verlo como a un apestado. Tristemente célebres fueron aquellos casos de niños infectados en el útero de sus madres que eran rechazados de forma vergonzosa en los colegios.
Hoy la comunidad científica lucha por hallar una respuesta definitiva a la enfermedad en los próximos años y por minimizar los efectos secundarios del tratamiento. La cara oscura de los avances médicos la tenemos en el tercer mundo, devorado por la enfermedad a velocidades pasmosas y que, a falta de posibilidades económicas, sucumbe con desesperación ante el mal. Millones de niños nacen infectados y nada se hace para evitarlo. En nuestro primer mundo, el drama de aquellos primeros años se ha relajado y hoy el fantasma del sida se presenta más difuso, de forma que los jóvenes se olvidan de la prevención. Por ello cada año sólo en España se producen seis mil contagios, una cifra escandalosa si sabemos cómo evitarlo.