La Conselleria d'Educació admitió ayer que el inicio de curso va a ser, en Eivissa, más complicado de lo que preveía, y no es de extrañar. Sus responsables reconocieron que falta sitio para acomodar a los nuevos alumnos y no va a haber más remedio que buscárselo allí donde se pueda; es decir, en las ya saturadas aulas. Las causas son evidentes: el aumento de la población y la fuerte inmigración que viven no sólo las Pitiüses, sino también España y Europa, en general, están cambiando con tanta celeridad la estructura social que hacen que las instituciones se vean impotentes para predecir y reaccionar a tiempo, como sería deseable en estos casos. Si a esto se añade el eterno problema de las plantillas docentes, el problema está servido.
Pero una cosa son los condicionantes y otra el resultado, y ahí está lo criticable. Han faltado los reflejos a la hora de adecuar las estructuras. Es exasperante, por ejemplo, la lentitud con la que se materializan los proyectos en marcha que tienen que evitar este tipo de situaciones; lo fue en el pasado cuando simplemente había que decidir qué era lo necesario para afrontar el futuro inmediato y ahora lo es el que se acaben o se comiencen los centros que se anunciaron. No hay más que echar un vistazo a las previsiones del comienzo de su funcionamiento para saber que no se está cumpliendo lo que se prometió.
Visto lo visto, el enorme avance que se suponía que la gestión autonómica iba a representar en la educación se ha visto diluido "tan sólo postergado, para los más optimistas" por el cúmulo de cambios que experimenta la sociedad y por sus propias posibilidades y debilidades. Pero eso no es excusa para que los niños en edad escolar tengan que soportar condiciones que distan mucho de ser las ideales.