Hace 25 años que Joan Miró y su esposa, Pilar Juncosa, decidieron constituir una fundación que llevaría su nombre. El matrimonio no confió este proyecto a sus herederos, sino al Ajuntament de Palma, que entonces presidía el alcalde Paulí Buchens. Los sucesores de Miró quedaron relegados, así, a un segundo plano de la futura fundación en beneficio de la ciudad y de los ciudadanos de Palma.
Veinticinco años después parece que los herederos del matrimonio Miró no han acabado de entender aquella decisión que, de hecho, les privó de la propiedad del taller de Sert, de Son Boter, de unos terrenos que colindan con Son Abrines y de la obra postrera del artista. Y que, en consecuencia, les convirtió a ellos en los «vecinos» de la Fundació Pilar i Joan Miró a Mallorca.
La inconformidad de los sucesores ha sido siempre manifiesta, pero nunca se había vislumbrado con tanta vehemencia como hasta ayer, cuando Joan Punyet Miró convirtió en un espectáculo mediático la retirada de la Fundació de unas obras de su propiedad. Unas obras, por lo demás, que había despositado de manera voluntaria y que no forman parte de los fondos que legaron sus abuelos.
No nos corresponde a nosotros, sino a los responsables del Ajuntament de Palma, explicar públicamente cuáles son las miserias humanas y económicas que han provocado esta decisión de los herederos de Miró. Si no lo hacen será porque eluden el enfrentamiento con los nietos del artista o porque entienden que, entrando en este juego, lo único que pueden conseguir es perjudicar aún más el nombre de Miró y su legado a la ciudad de Palma. Y para esto, ciertamente, Joan Punyet ha demostrado en muy poco tiempo que no necesita la ayuda de nadie. Se basta solo.