Cinco magrebíes perdieron la vida de una manera horrible el viernes en su insensato intento de alcanzar el bienestar que sueñan que encontrarán en Europa. Ayer mismo otra veintena era detenida a su llegada a Fuerteventura. Y hoy volverá a ocurrir. Y mañana.
En un rosario sin fin de muertes, agonías, detenciones, partos y sufrimientos de todo tipo, hombres, mujeres y recién nacidos siguen cayendo a diario en manos de las mafias del siglo XXI que trafican con seres humanos como lo hacían en los tiempos de la barbarie, siglos atrás.
No hemos avanzado nada si seguimos tolerando estas situaciones. Àfrica entera está llorando "la mitad de Latinoamérica también, además de muchos países asiáticos" y la única vía que encuentran esos infelices es intentar saltar las fronteras para conseguir una vida digna.
En el mejor de los casos logran introducirse para convertirse en ilegales, mano de obra explotada o carne de prostitución. En el peor, la muerte más terrible en el mar o en camiones o barcos que les transportan en condiciones infinitamente peores que a los animales.
Debemos mirar hacia adentro para encontrar una solución, pero también es necesario fijar la mirada en otros destinos. Mientras esos cinco desgraciados perecían abrasados en un camión al llegar a España, el rey Mohamed de Marruecos lanzaba como «tarea sagrada» a los diputados recién elegidos en el país la idea de la integridad territorial, o sea, la absorción del Sáhara y quién sabe si Ceuta y Melilla, colocando como prioridades secundarias el desarrollo de su pueblo.
Si desde Europa consentimos eso, no habrá jamás posibilidad de solucionar el problema de la inmigración.