Hace veinticinco años se celebró en Mallorca la primera manifestación "masiva" exigiendo la autonomía, un hecho recordado ayer por instituciones y personas anónimas. Aunque desde la perspectiva de hoy nos resulte increíble, en esas fechas el franquismo estaba aún caliente y era casi una hazaña reivindicar conquistas que hoy nos parecen tan naturales, como el mismo hecho de hablar y estudiar en catalán o el de exhibir como propia una bandera que no fuera la española.
De hecho, aquel 29 de octubre de 1977 estaba todavía lejos de 1983, cuando en efecto se hizo realidad el Estatuto de Autonomía para las Islas. Es un buen momento para mirar atrás "siempre lo es, porque un pueblo no debe olvidar su pasado", para felicitarnos por lo que hemos conseguido, pero también es hora de mirar hacia adelante para, tras hacer balance, reclamar lo que todavía no hemos logrado, que es mucho.
De hecho, la descentralización española se ha desarrollado a trompicones, con procesos de transferencia de competencias que en más de una ocasión han generado polémicas y malestar. Hoy estamos, indudablemente, mucho más cerca de llegar a la meta del autogobierno que hace diez o quince años, pero el destino final se vislumbra difícil. Todos los días presenciamos hechos que ponen en entredicho la capacidad de gobernar de nuestras instituciones, cuando desde el Gobierno de Madrid se torpedea cada una de las decisiones adoptadas en el Parlament balear con un recurso tras otro ante los tribunales.
Pese a ello, se ha avanzado enormemente en el ámbito social y cultural y hoy se aprecia un sentimiento de identidad propia mucho mayor que el de antes, en parte gracias a ese Estatut d'Autonomia y en parte debido a la labor de entidades privadas de todo tipo, que han defendido la lengua, la cultura y las tradiciones propias tras los años desérticos de la dictadura.