La situación es tan precaria que comenzar a adquirir y derribar las construcciones en peor estado supone un agradable retorno de la esperanza de que la recuperación y dignificación de un barrio emblemático de Eivissa será algún día una realidad tangible. No por anunciada, la demolición de ayer ha de provocar en los vecinos una vital sensación de alivio; la degradación arquitectónica -paralela a la social que desgraciadamente ha vivido esta parte antigua de la ciudad- pasó ayer un punto de inflexión y no debe haber vuelta atrás, por más que el cúmulo de circunstancias adversas retrasen una y otra vez lo que tiene que ser un decidido plan de recuperación total del barrio. Como ya ha dicho en varias ocasiones el alcalde, Xico Tarrés, la puesta en funcionamiento del Consorcio Patrimonio de la Humanidad tiene que dar resultados tangibles, si no inmediatamente, sí a medio plazo, en un año o año y medio. Por eso el comienzo de ayer supone, además de un importante gesto simbólico, el inicio de una tarea ardua en la que el Ayuntamiento no debe fallar ni titubear. De la firmeza de los pasos a dar en los próximos meses dependerá en gran medida el sueño del alcalde, que no es diferente del que tienen los vecinos del municipio, de la isla, y de muchos, muchísimos amantes del patrimonio de Eivissa. La inyección económica que recibe el Consorcio tiene la obligación de satisfacer las ilusiones de todos y de demostrar que aquellos en los que se ha depositado la confianza y la responsabilidad de partidas económicas inimaginables hace tan sólo cinco años han estado a la altura de las circunstancias. Las dificultades han de ser tenidas en cuenta y, si se superan adecuadamente, han de ensalzar aún más los méritos de la reconstrucción de una ciudad que debe marcar la pauta en muchas cosas. Ese es un objetivo del que nadie debe apartar ni un momento la vista.
Editorial
Primer derribo en sa Penya, vuelve la esperanza