Conseguir la estabilidad social y política en Irak se está convirtiendo en una pesadilla para Estados Unidos, Gran Bretaña y para la ONU. Bush se equivovó al pensar que la paz sería algo fácil de conseguir tras superar el grave escollo de la guerra. Los países aliados se dan cuenta ahora de que resucitar a Irak va a costar no un año, sino bastantes más. La presencia militar de Occidente no ha impedido que los atentados se sucedan casi cada día y que el país continúe inamovible en su caos diario.
La presencia de los soldados en Irak es necesaria para mantener cierta dosis de seguridad, pero lo es también que la sociedad civil empiece a respirar viendo ciertas mejoras en sus ya precarias condiciones de vida. La presencia de armas debería ser compatible con temas tan básicos como el urgente establecimiento de los sistemas de canalización de agua o con cubrir la demanda de energía eléctrica de la población. La población necesita soldados, pero también vivir.
Y para eso, incluido el proyecto de resucitar la economía del país, se necesitan millones de dólares, no disponibles, parece ser, antes de iniciar la guerra o no previstos en su totalidad. El caos se ha adueñado de Irak. Incluso comienzan a aparecer las primeras imágenes de Sadam Husein de nuevo en las calles iraquíes.
La ONU se preocupa por su personal humanitario declarando crímenes de guerra los atentados cometidos contra sus hombres. La seguridad es esencial, como lo es dinamizar las medidas que Naciones Unidas considere oportunas para que la población iraquí recupere en sus elementos más básicos cierta normalidad tras el final de la guerra.
De no ser así, la paz no está lejos; es casi imposible.