El proceso de sucesión de José María Aznar al frente del Partido Popular (PP) se consumó ayer con la elección de Mariano Rajoy como secretario general por parte de la Junta Directiva Nacional de los conservadores (sólo hubo un voto en blanco, presumiblemente el del mismo candidato). No deja, por cierto, de llamar la atención la unidad que han mantenido éstos en todo el proceso, como ya sucediera, por cierto, con el espinoso asunto de la guerra de Irak. Todos cerraron filas en torno a Aznar y apoyaron unánimemente al candidato designado por el presidente del Gobierno.
Aznar, pese a que sus decisiones pueden haber sido en muchas ocasiones erróneas, sí ha mantenido la coherencia hasta el último momento, como lo demuestra el mismo hecho de su despedida de la dirección del PP y su renuncia, por tanto, a una nueva reelección (decisiones que había anunciado incluso antes de ganar sus primeros comicios).
Una vez descartado un Rodrigo Rato que no tuvo papel activo alguno frente a las últimas crisis del Ejecutivo (estuvo más bien ausente cuando la tragedia dePrestige y apenas ha aparecido durante la guerra de Irak) y, también, un Mayor Oreja carente de equipos para ejecutar proyectos que vayan más allá del problema vasco, Mariano Rajoy cuenta con todo el aparato del partido y sin presión alguna para afrontar los comicios de 2004, salvo la lógica reacción de los partidos de la oposición.
Rajoy, que hizo ayer durante su discurso una defensa de la Constitución, apoyó los lazos de España con Estados Unidos y aseguró que mantendrá una línea política similar; cuenta sin embargo con un talante diferente, lo que hace pensar que en un futuro, si alcanza la Presidencia del Gobierno bien pudiera darse un cambio positivo y no sólo en las formas, aunque ésta es una historia que está aún por escribir.