Si ha existido en los últimos años en este país una obra pública cuya construcción se ha visto envuelta en una maraña de retrasos y polémicas en torno a la seguridad y prestaciones que ofrecerá, ésta es sin duda la línea del AVE Madrid-Lleida. Un tren de alta velocidad que finalmente viaja al ritmo de un Talgo rápido no merecía tanta atención. Y, sobre todo, no exigía tantísimo gasto.
Las líneas de alta velocidad devorarán casi la mitad de los presupuestos del Ministerio de Fomento para el año 2004. Concretamente, de cada 100 euros que invertirá el Ministerio, 41,52 irán al mantenimiento de líneas férreas, y dentro de él, el grueso de la inversión, un 56,1 por ciento, se destinará a la construcción de lo que se denomina corredores de alta velocidad.
Lo cierto es que la realidad del AVE al que nos referíamos clama por una investigación a fondo, tanto del gasto como de las condiciones en que se ha desarrollado una obra poco digna de crédito. Y al respecto hay que recordar los informes elaborados por el Colegio de Geólogos de Aragón que advierten de los riesgos que el terreno presenta en grandes tramos del recorrido del nuevo tren.
Todo ello da una idea de las peculiares preferencias que rigen en el Ministerio comandado por Àlvarez Cascos a la hora de planificar las inversiones. Y hay que recordar que estamos hablando de un Ministerio de Fomento cuyas iniciativas inciden como pocas en la vida cotidiana de la inmensa mayoría de los ciudadanos, lo que convierte en particularmente penosos los proyectos descabellados o deficientemente ejecutados.