La conferencia de donantes para Irak que comenzó ayer en Madrid consiguió reunir a 60 países y 225 empresas para lograr los 35.000 millones de dólares que presumiblemente son los que van a ser necesarios para reconstruir el país. El encuentro, que continúa hoy, se produce cuando aún existe en aquel país una grave inestabilidad. Irak, asolado por tres contiendas y bajo el yugo de la dictadura de Sadam Husein durante trece años, requiere en estos momentos de la solidaridad internacional. Ahora bien, la pregunta que cabe hacerse es si se habría llegado a la precaria situación en la que se encuentra el país si los acontecimientos no se hubieran precipitado y se hubiera producido la segunda guerra del Golfo.
Estados Unidos y Gran Bretaña, con la complicidad de España, son responsables de que esta última contienda se haya producido. Ahora, desde los gobiernos de estos países, se reclama la participación de terceros, principalmente de Rusia, Francia y Alemania, y la aportación económica suficiente para acometer la ingente tarea de levantar el país. Por eso, hablar como lo hizo Aznar, de ataques preventivos como la mejor defensa frente al terrorismo, parece un sarcasmo.
Lo que Irak necesita es volver a la normalidad, que alguien ofrezca un futuro político real al pueblo iraquí, que se calmen las aguas y se reduzca el ambiente de inestabilidad que reina en sus calles desde que terminó la guerra. Cierto es que ahora toca sumar esfuerzos, porque frente a la enorme desgracia de un Irak destruido, no cabe más que la solidaridad de los Estados que más tienen y pueden. Pero esto tiene que llevarnos necesariamente a evitar que se produzcan nuevas intervenciones armadas de las que, como siempre, los que salen más perjudicados son los más débiles.