La decisión del Gobierno de Irán de suspender temporalmente su programa nuclear viene a demostrar entre otras cosas que en ciertos aspectos se consigue más por las buenas que por las malas, especialmente si en la cuestión concreta de litigio anda de por medio el mundo árabe.
La fabricación de combustible atómico por parte del régimen integrista iraní viene inquietando a Occidente desde hace ya años. Tan sólo la posibilidad de que Irán se convirtiera en una potencia nuclear en aquella convulsa región justifica sobradamente tal inquietud.
Y hasta ahora de poco, o nada, habían servido las amenazas de Washington -desde allí se llegó incluso a hablar de una intervención militar- de imponer sanciones y más sanciones al régimen de Teherán.
Hay que recordar que los Estados Unidos rompieron relaciones con Irán en 1980, a raíz de la ocupación de la Embajada norteamericana en aquel país, algo que obviamente no colocaba a la diplomacia estadounidense en la mejor posición negociadora.
Ahora, han sido los buenos oficios de ciertos países de la Unión Europea, principalmente Alemania, el Reino Unido y Francia, los que han conseguido forzar ese gesto iraní de suspender su programa de enriquecimiento de uranio, aunque sin renunciar en el futuro a su continuación, a la espera de posteriores negociaciones.
Irán atraviesa una difícil situación económica derivada de las sanciones, impuestas, todo hay que decirlo, por su tortuosa y turbia política en esta cuestión. No obstante, es preciso valorar hoy el gesto en lo que vale y, sobre todo, esperar que en Washington lo tengan muy en cuenta y mitiguen parcialmente su dureza hacia el régimen iraní.