De nuevo la tragedia ha vuelto a golpear el país en el verano. Es como si una trágica costumbre se hubiera establecido y las catástrofes castigaran con saña determinadas zonas del Estado. En esta ocasión ha sido el metro de Valencia, el año pasado un incendio en Guadalajara y así podríamos recordar la presa de Tous, el cámping de Los Alfaques, el cámping de Biescas y tantos y tantos sucesos que han roto familias y nos han conmocionado a todos.
En la mayor parte de todos estos casos se han adoptado medidas para que no se repitan, pero lo grave del asunto es que se ha hecho, casi siempre, 'a posteriori', cuando ya ha habido víctimas mortales y la presión es enorme para la resolución de los problemas.
Conviene, sin embargo, intentar que los investigadores hagan su trabajo sin la presión de la opinión pública para determinar las causas reales que conducen a determinadas catástrofes. Y así debe ser en el caso del trágico accidente de metro que hoy nos ocupa.
Todo apunta a un posible exceso de velocidad y a una probable indisposición del conductor, pero pasará un tiempo aún antes de saber con exactitud qué fue lo que pasó en el túnel de la línea 1. Y, ciertamente, habrá entonces que exigir medidas para evitar, en la medida de lo posible, que se repitan sucesos similares. Aunque es verdad que éste es el primer accidente de metro en España que tiene tan graves consecuencias, por lo que no sería justo tampoco cargar contra determinados sistemas públicos de transporte.
Ahora bien, lo que es indispensable, tras una tragedia de estas proporciones, es que los heridos y los familiares de las víctimas no se sientan desamparados y abandonados a su suerte y ésta es una tarea esencial de las Administraciones.