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Editorial

Trampas y conspiraciones

La gente vulgar, ante cualquier hecho, si le ofrecen varias explicaciones prefiere la más barroca y complicada. Es una manera de compensar el aburrimiento de unas vidas monótonas, y el cine y el teatro han explotado esa morbosidad que no tiene fronteras. La clase política no lleva una vida tediosa, porque sus pobres miembros siempre están al borde de un ataque de nervios electoral, pero como puede comprobarse en su expresión verbal son bastante vulgares.

De ahí que tengan también esa tendencia a presumir tramas y conspiraciones ante cualquier hecho cotidiano, sea el incendio del bosque, un accidente de metro, un acto terrorista o un choque de trenes. A la espera de saber lo ocurrido en Palencia, y con el ferviente deseo de que los heridos salgan de su gravedad, espero que no salga nadie pidiendo la dimisión del ministro de Industria (por cierto, desaparecido), como no hace mucho se pedía la dimisión del consejero de Transportes valenciano.

Los accidentes hay que investigarlos para evitar que se repitan, la sociedad exige una información a la que tiene derecho, pero la sociedad no se merece que las investigaciones sirvan sólo para intentar el desgaste político, y actuar con esa impudicia me parece una falta de respeto a los muertos y a sus familias. Hubo cadáveres en Atocha, en Guadalajara, en Valencia y en Galicia, y avergüenzan algunas de las palabras escuchadas, algunas de las fotografías vistas, algunos de los argumentos empleados, y ese afán por la retórica que a los políticos les gusta más que a Marichalar una moto náutica.

Si el tiempo empleado en buscar juegos de palabra y frases demagógicas, se empleara en prevenir y en actuar y en tomar decisiones estaríamos más tranquilos, y tendríamos alguna confianza en estos obsesionados por las conspiraciones y las tramas.

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