Resulta desalentador comprobar cómo los políticos que nos gobiernan y los que no lo hacen pero lo hicieron en algún momento reflexionan acerca de lo que quieren hacer realidad si depositamos nuestra confianza electoral en ellos. Es cierto que en muchos casos cuatro años no bastan para poner en marcha proyectos de gran envergadura, pero también es verdad que las brevísimas dos semanas que dura una campaña electoral dan para mucho. Al menos sirven para que nuestros políticos se mojen a la hora de presentar propuestas que consigan captar nuestra atención.
Básicamente todos sabemos cuáles son las prioridades de la mayoría de la población, y van desde la vivienda hasta la educación, pasando por la sanidad, el trabajo, el tiempo libre, los servicios sociales... en fin, lo que siempre se han considerado asuntos de interés general. Y sobre esos aspectos es donde inciden los programas electorales. Ahora nos prometen guarderías públicas donde sólo ha habido privadas (a precio de oro, por cierto); nos ofrecen facilitarnos el acceso a la vivienda cuando hemos tenido que hipotecar nuestra vida y casi la de nuestros hijos para poder acceder a un pisito; nos proponen instalaciones deportivas (¿cuántos polideportivos hay en Palma para 400.000 habitantes?), parques (brillan por su escasez), carriles bici (muchos arrancan o terminan de forma abrupta), centros para evitar el fracaso escolar (seguimos siendo líderes nacionales)... todo lo que uno pueda imaginar si quisiera describir el mundo de Jauja.
Lo tristemente divertido es que quienes proponen ese país de las maravillas llevan años en el poder -o lo han disfrutado en su momento durante años- y no llegamos a ver nada de eso. Es fácil prometer y desde luego se cumplen algunas promesas, pero siempre queda la duda de por qué no se ha hecho ya si vemos que ideas tienen y posibilidades, también.