El capítulo 19 del Evangelio de San Marcos, apóstol cuya fiesta celebraremos el domingo próximo, especialmente en el pueblo de nuestra Isla de Ibiza que lleva su nombre, nos dice bien algo sobre el matrimonio. Leemos allí esto: «el hombre se unirá a su mujer y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos sino una sola carne. Pues lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre» (Cfr. Mt 19, 4-6). Es una afirmación evangélica muy clara y que no admite interpretaciones sofisticadas o que oculten la verdad que proclama. A las primeras comunidades cristianas, acogiendo las enseñanzas de Jesús, San Pablo se lo dice muy claramente: «¿Estas unido a una mujer? No busques la separación» (1Cor 5, 27). Y Jesús daba esa enseñanza aún teniendo presente que cuando su primo y Precursor, San Juan Bautista, había avisado al Rey Herodes del mal que es la separación de un hombre de su mujer, ese aviso le costó la vida y fue matado por ello.
Habiendo recibido pues el evangelio, es decir siendo evangelizada, la familia está llamada a vivir en la unidad, una unidad que parte de la unión indisoluble del hombre y la mujer. Ese es el plan originario del Creador. Esto es algo que es muy claro y sin embargo vemos que en la vida de algunas familias hay dificultades. Antiguamente tal vez el mundo parecía más sólido, no habían divorcios, ni separaciones ni uniones de hecho; cierto que también antes habían dificultades pero el ambiente cultural hacía mantener, aunque con fatiga, la unidad y la índisolubilidad del matrimonio.
Y sobre esto en el Evangelio Jesús es muy claro y preciso, no caben interpretaciones que lo desfiguren: lo que Dios ha unido, el hombre no lo separe.
Sin embargo hoy hay familias que han sufrido la división, la separación es un hecho bastante frecuente, hay cónyuges que se unieron con esos buenos sentimientos y hoy se sienten abandonados, además de los sufrimientos que ello causa a los hijos, aunque se intente reducir esos daños.
Humanamente parece que en algunos casos la separación sea la cosa mejor. Pero tantas veces la separación es provocada por un abandono, por una huida, de una aventura, de una ligereza, de la inmaduridad que se puede experimentar también aunque se sea maduro de edad. Puede ser que algunos matrimonios se han llevado a cabo mal, no son verdaderos matrimonios, pero ello no nos tiene que privar de aceptar y afirmar la belleza de la entrega de amor que se hacen dos personas, un hombre y una mujer, cuando se casan.
Ninguno verdaderamente enamorado piensa que su amor no sea perfecto. Hay que pensar en la certeza del paso que se ha dado cuando se ha contraído matrimonio. Pero hay que ver que el paso ha sido dado con un amor verdadero por parte de las dos personas que se casan.
Ese amor es una imagen y un reflejo del amor de Dios, ese amor que Dios nos tiene a todos, absolutamente a todos, y Dios no lo suprime ni renuncia aunque nosotros pongamos inconvenientes. Así, en todas las familias ha habido momentos de dificultad, de crisis, pero han sido capaces de perdonarse. Han visto como Dios puede darles fuerza, que el amor se aprende de Dios, de su Palabra y no de teorías meramente humanas. No falta quien se ponga a organizar su vida desde ese último camino y entonces las cosas no van bien
Las parejas cristianas no son aquellas que tratan de rechazar a quién se encuentra en dificultad, sino aquellas que saben multiplicarse y entregarse para ayudar, para esperar con la certeza de poder alcanzar la ayuda de Dios. Saben que dar la vida para siempre a otra persona es algo grande, porque es una imagen de lo mismo que hace Dios con nosotros, que no nos deja nunca.
Ese amor que se deja ver en la vida frágil, a veces muy muy frágil de dos personas.Es por ello importante que las parejas tengan siempre delante este ideal. Es verdad que las dificultades puedes ser numerosas, pero tenemos tanta capacidad de vivir hasta el fondo el amor y superar y vencer así las dificultades.