Dicen que el dinero llama al dinero. Creo que es cierto. Y la pobreza llama a la pobreza. Y la basura llama a la basura. Es por una cuestión de familiaridad, de parecidos: las cosas tienden a juntarse con sus iguales.
La porquería llama a más porquería. Es lo que está sucediendo en las calles de Eivissa, en nuestras playas, en los márgenes de las carreteras, en los polígonos industriales, en pleno bosque. No da tiempo a retirar los plásticos, los envases, las colillas, los papeles, los restos de obra, las heces…; y esa basura invita a lanzar más basura: cada botellín arrojado en la cuneta llama a otro botellín, cada vertido en el mar invita a otro barco a hacer lo mismo. Donde fueres haz lo que vieres. Pues eso: tira tu mierda ahí, que lo hacen todos. Es nuestro particular círculo vicioso de la basura.
No me detendré en una descripción completa del panorama insular del desecho. Pero sí en un par de ejemplos. El primero que elijo son las cunetas: los márgenes de las carreteras se han limpiado de hierbas, sobre todo para evitar la propagación del fuego; sin embargo, cuando se quita la cubierta vegetal, aparece todo lo que los conductores han ido echando por las ventanillas a lo largo de meses o quizá años. Fíjense estos días en los márgenes de la carretera de Sant Antoni, por ejemplo: un auténtico vertedero que corre en paralelo al asfalto.
¿Y qué decir del prestigioso turismo náutico?... Ese es mi segundo ejemplo. ¡Cuán beneficioso es para Eivissa! ¡Con qué alegría consumen nuestro bullit de peix! ¡Y con qué desenfado limpian sus sentinas en nuestras aguas!... Si usted va a su playa en junio, quizá la encuentre en un estado aceptable; a mediados de julio, la acción de los yatecitos, yates y megayates es bien visible: aguas aceitosas, plásticos, compresas, lo que usted quiera. ¡Y luego hay quien ve una medusa y sale del agua con un ataque de histeria! La medusa por lo menos está en su hábitat; el plástico, no.
Vivimos en la cerdocracia desde hace tiempo. La cerdocracia es el gobierno de los más cerdos. Cuando nada se opone a la voluntad del dictador, se vive en una dictadura; cuando nada se opone a la voluntad de los cerdos, se vive en la cerdocracia. La característica fundamental de la cerdocracia es el sometimiento de los ciudadanos decentes a la voluntad de los desaprensivos; muchos de ellos, turistas; otros, residentes; cerdos todos ellos. Los ciudadanos normales, ésos que buscan una papelera para tirar un papel y bajan la basura bien atada y a la hora establecida, viven de rodillas ante el cerdo. Pero hay algo más; el auténtico peligro de la cerdocracia es el contagio: el ciudadano normal puede acabar pensando que él es el raro, que su intento de no molestar a los demás es un gesto inútil, que, haga lo que haga, siempre van a mandar los cerdos.
Hoy en día, nada ni nadie se opone a los cerdos en Eivissa. No hay medios. No hay policías. No hay inspectores. Hay ordenanzas y leyes, eso sí; los políticos tienen que justificar su sueldo de algún modo; legislan, decretan, ordenan, etcétera. Ah, pero, hacer cumplir las normas… ¡eso es otra cosa! Eso, por lo visto, es mucho más difícil. Y, sobre todo, no hay medios suficientes para limpiar lo que se ensucia: de modo que las heces, los botellines, los plásticos, los restos de obra, quedan ahí como una invitación a lanzar más basura.
Tengo la esperanza (ya veremos si es vana o no) de que los políticos recién llegados, los de la ‘nueva política', los de Podemos, Guanyem o Reinicia, fuercen un giro en la que ha sido la práctica habitual: hacer la vista gorda, taparse la nariz para no oler. Se les supone más concienciados con el medio ambiente. ¿Quizá mancomunar los servicios municipales de limpieza?, ¿hacer cumplir las ordenanzas alguna vez?, ¿multar a alguien de vez en cuando?... Porque está claro que el sistema que tenemos no funciona. Los antiguos gobiernos nos han legado una Eivissa llena de mugre. Y que nadie busque un segundo sentido: no estoy hablando de la corrupción; me refiero a la mugre literal, a los chicles pegados en las aceras, a los bosques llenos de latas y plásticos. Sin embargo, parece que, de momento, los de la nueva política han decidido concentrarse en retirar bustos de reyes; por lo menos, en otras ciudades, ésas son sus acciones más notables. Es una verdadera lástima. A mí la monarquía me importa un pimiento. Y la república también. Pero ir a la playa y nadar entre el aceite de los barcos me pone de muy mal humor.