Confieso que no hay cosa que me dé más pereza y más rabia que los pesados. Aquellos que se repiten más que los ajos y que el chorizo de Pamplona. Por ello, hoy escribo este artículo de opinión con los dedos encogidos porque se que voy a tratar un tema del que hablé la semana pasada, mi absoluta indignación hacia lo que se ha convertido el deporte del fútbol en los tiempos que corren. Y es que aún estoy alucinando como en este país cientos, miles, millones de españoles, pueden pararse delante de un televisor para atender las explicaciones sobre lo sucedido en un partido de Copa del Rey por parte de Florentino Pérez, presidente del Real Madrid.
Entiendo que como a mi no me importa lo más mínimo el tema debo ser un bicho raro. Un tipo extraño al que cada vez le importa menos en lo que se ha convertido ese deporte que tanto me gusta practicar y comentar con mi padre, ese pelotero que me inculcó su pasión por tocar bien el balón con ambas piernas. Pero a pesar de que prefiera sin duda aquellos tiempos de melenudos con pantalones muy cortos de la marca que ahora los fashion llaman Adidas originals, medias caidas y botas negras, no puedo cuanto menos que indignarme. Porque señores, creo que tal y como está el país o el mundo, viendo como una señora ha sido arrojada por su pareja desde un primer piso en Castellón, como Francia e Inglaterra bombardean Siria, como una pareja de locos matan a 14 personas con discapacidad en Estados Unidos, no puedo entender que tiene que decir tan importante el señor Pérez para que el país se pare. Si por lo menos anunciara que acaba de descubrir la vacuna contra el SIDA o el cáncer... Ah, no, que el dinero que podía invertir en eso va destinado a los sueldos de los Ronaldos, Bales, Benzemas, Sergios Ramos o compañía... Una pena. Perdónenme que yo sea un bicho raro, y no me ponga delante de la televisión.