Durante el día de ayer se intentó derivar el caso del diputado Enric Casanova en un debate lingüístico, obviando que el dirigente socialista ha sido denunciado ante la Policía por enviar a su «puto país» a una camarera rumana. Los hechos son los hechos y no ofrecen discusión. Casanova entró en un bar, pidió un té y no le entendieron. A partir de ahí se produjo una discusión (los testigos dirán quien tiene la razón) y Casanova solicitó la hoja de reclamaciones. El diputado llamó a la Policía Local, entró en el Consell con los agentes, y se solicitó un formulario para presentar una reclamación. En total, dos horas de trifulca por un simple té, por no hacerse entender, por no tener la educación necesaria para que una camarera que trabaja en esta isla pueda desempeñar su trabajo sin dificultades. Por la noche, este diario llamó a Casanova y pudo explicar la versión de los hechos. Y el diputado borró un tuit en el que denunciaba haber sido insultado por hablar en catalán. Todos nos podemos equivocar y al día siguiente, en frío, pedir disculpas, pero no. Por la mañana se celebra el mitin del PSOE, donde Casanova es apartado discretamente para que no aparezca en la foto con Sánchez. Y algún compañero de partido vinculaba el escándalo con la presencia ayer del líder del PSOE, una coincidencia que debería haber preguntado a Casanova por montar el viernes la trifulca, y no el lunes. Pero puestos a creer, veo más coherente la versión de la propietaria del bar de la Avenida España, que horas después del incidente aún estaba desencajada. Y por eso me temo que los que (pocos, poquísimos) salen en las redes en defensa de Casanova porque estamos en campaña, cuando llegue el momento de la verdad harán con el diputado igual que hicieron con Marc Costa, que lo apartaron discretamente de la primera línea política por un hecho similar. Estoy convencido de que muchos de los que ayer defendían a Casanova irán algún día a hacerse fotos con refugiados, pero mientras tanto consienten que a una persona que trabaja entre nosotros la puedan enviar a su «puto país» por no entender alguna palabra en catalán. Y seguirán dando lecciones sobre convivencia, humanidad y esas palabras tan bonitas.
OPINIÓN | Joan Mestre
A su «puto país»
Juan Mestre | Eivissa |