En mis dos anteriores artículos he deseado invitaros a la devoción, es decir, al trato, a la entrega a Jesús, cuyo corazón es la imagen de su amor y misericordia a nosotros de modo que experimentándolo podamos nosotros, como Él tener amor y misericordia hacia los demás, hacia todos. Los cristianos lo tenemos claro cómo ha de ser nuestro amor hacia los demás: "Amaos unos a los otros como yo os he amado; en esto conocerán todos que sois mis discípulos" (Jn 13,34) El mes de junio es un tiempo en el que la Iglesia nos lo propone y alienta para nuestro bien y el bien de todos. Pero, ¿pasado el mes de junio ya se acaba esto hasta el año que viene? Pues ciertamente no: reforzando ello en este mes debe ser uno de los distintivos y características de nuestra vida. Y es el mismo Jesús el que nos lo dice y encamina hacia ello.
En efecto, prosiguiendo con la devoción que tantos cristianos iban promoviendo, Cristo escogió a una humilde monja visitandina del Monasterio de Paray-le-Monial, Santa Margarita María de Alacoque (1647-1690), para revelarle los deseos de su Corazón y para confiarle la tarea de impartir nueva vida a la devoción. Estas revelaciones fueron muy numerosas y son notables.
De ellas quiero fijarme y compartir con vosotros una de ella: la promesa de los primeros viernes de mes. En una ocasión, en la aparición del 16 de junio de 1675, descubriéndole su corazón le dijo: «He aquí este Corazón que ha amado tanto a los hombres, que no ha omitido nada hasta agotarse y consumirse para manifestarles su amor, y por todo reconocimiento no recibe de la mayor parte más que ingratitudes, desprecios, irreverencias y tibiezas que tienen para mí en este sacramento de amor». Con esa observación le encarga a la religiosa que promueva el culto a su Corazón y la misión de enriquecer al mundo entere con los tesoros de esta devoción santificadora, esa devoción cuyo objeto y fin es honrar al Corazón adorable de Jesucristo, como símbolo del amor de un Dios para nosotros; y la vista de este Sagrado Corazón, abrasado de amor por los hombres, y al mismo tiempo despreciado de estos, nos ha de mover a amarle nosotros y a reparar la ingratitud de que es objeto.
Para fomentar siempre ello, bueno es no limitarnos a un mes al año sino que ello lo tengamos presente todos los meses y así empezar cada mes con ese propósito, de acuerdo con la promesa que nos hace Jesús de la comunión en los primeros viernes de mes, seguidos, para conseguir además la gracia de la penitencia final. He aquí el testo de esa promesa que un viernes, durante la Comunión, dijo Jesús a su devota sierva: «Yo te prometo, en la excesiva misericordia de mi Corazón, que mi amor todopoderoso concederá a todos los que comulguen nueve primeros viernes de mes seguidos la gracia final de la penitencia; no morirán en pecado ni sin recibir los sacramentos, y mi divino Corazón les será asilo seguro en aquel último momento.»
He tratado de compartir algunas ideas sobre el Corazón de Jesús para que ello nos ayude en nuestra vida cristiana, la vida mejor, más perfecta y más feliz. Siendo conscientes del amor que Dios nos tiene todo puede ir hacia adelante bien: el amor de Dios por nosotros es ininterrumpido. Nos ama «desde siempre» «para siempre». No ha existido, hay ni habrá un instante en el que el Señor no nos haya amado: jamás existió un instante en que no fuimos amados por Dios: no existe en el presente un momento en que Dios no nos ame, ni existirá en el futuro, porque Dios nos seguirá amando. Dios «ama» siempre.
A amarnos le empuja su misericordia; ha querido alejarnos de nuestra miseria. Nos preguntamos: ¿porqué esta reflexión sobre el amor de Dios manifestado en el Corazón de Jesús? El motivo es Jesús, que ha prometido trabajar en favor de quién le esté cerca en el curso de la vida terrenal. Promesa que nos desvela el deseo de su Corazón por tenernos a su lado. Su Amor quiere acompañarnos a nosotros aquí abajo en la tierra con la voluntad de tenernos allá arriba algún día.
Seamos, pues, devotos unidos al Corazón misericordioso de Jesús en este mes y en todos los meses de nuestra vida.