Es sorprendente que la mayoría de países europeos haya permitido el asentamiento en su territorio a millones de musulmanes, porque el problema no son los islamistas extremistas o los yihadistas, como se nos quiere hacer creer; el verdadero problema es el Islam, «que merece incontestablemente el título de la más ignominiosa de todas las religiones», en palabras de Salem ben Amar, tunecino, doctor en Ciencias Políticas.
Mustafá Kemal «Atatürk» escribió: «desde hace 500 años, las teorías de un jeque árabe, ex jefe de banda, asesino y pedófilo y las interpretaciones de clérigos astrosos e ignorantes han impuesto en Turquía la totalidad de su legislación civil y penal; han regulado los más mínimos hechos y gestos de los ciudadanos, sus hábitos alimenticios, sus horas de reposo, su vestimenta, con qué mano comer y con cuál limpiarse el trasero tras defecar (**). Esa teología absurda de un beduino inmoral es un cadáver putrefacto que envenena nuestras vidas». Tampoco Tocqueville se quedaba corto al afirmar que tras estudiar a fondo el Corán había llegado a la convicción de que «hay pocas religiones más funestas para el hombre que la de Mahoma y es la principal causa de la decadencia de los pueblos que la practican. Es la poligamia, el secuestro de la mujer y el gobierno tiránico y sombrío. Es difícil conseguir un compromiso más hábil entre el espiritualismo y el materialismo, entre el ángel y la bestia. El Corán no es más que eso». Por su parte, el presidente (musulmán) de la república bosnia afirmó en su toma de posesión que «no hay paz ni coexistencia posible entre la religión islámica y las instituciones sociopolíticas no islámicas».
Yo también me he molestado en leer el Corán y, entre otras muchas, he podido leer perlas como las que siguen que desmienten rotundamente la distinción entre Islam y yihadismo: «Los creyentes combaten por la senda de Alá y los descreídos por la de Taghut (el Ángel Rebelde). Hay que combatir a los aliados del Diablo porque sus astucias son débiles» (S4, V76). «Les gustaría veros descreídos como ellos. No os aliéis con ellos hasta que transiten por la senda de Alá pero, si no lo hacen, cogedlos y matadlos dondequiera que estén». (S4, V89). «No son iguales los creyentes que se quedan en casa que los que luchan con cuerpo y alma por el sendero de Alá; Alá ha puesto a quienes por Él luchan por encima de los demás y les concederá una enorme recompensa». (S4, V95). «No flaqueéis en la persecución del pueblo enemigo». (S4, V104). «Que los creyentes no tomen por amigos (o aliados) a los infieles en lugar de a los que creen. Quien así obra contradice la religión de Alá, a menos que tratéis de protegeros de ellos utilizando la Takiiya». (S3, V28).
La Takiiya (disimulo pío) es una institución que permite al musulmán ocultar sus verdaderos designios. Si los europeos fueran conscientes de que, como infieles, son profundamente despreciados y, si es posible, perseguidos por los miembros de la Umma, andarían con más cuidado a la hora de permitirles permanecer en sus países. El mito de la coexistencia, como el de Alianza de Civilizaciones, sólo es eso: wishful thinking, pensamiento viciado por buenos deseos.
Max Weber formuló la distinción entre «ética de la intención» (Gesinnungsethik) y «ética de la responsabilidad» (Verantwortungsethik). La primera persigue el bien y no tiene en cuenta las consecuencias. La buena intención es lo único que cuenta. La ética de la responsabilidad, en cambio, toma en consideración las consecuencias de las acciones. Dos ejemplos de «ética de la intención»: cuando Giscard d'Estaing introdujo la figura de la reunificación familiar, selló el destino de su país. Cuando la hija del pastor protestante decidió acoger a centenares de miles de inmigrantes en suelo alemán, selló el del suyo. En ambos casos, en mala hora para los franceses, los alemanes y todos los europeos.
(**) Jomeini dictaminó la forma en que las musulmanas tenían que pelar las berenjenas «para no excitarse». Semejante patología mental debería inducir a un rechazo categórico del personaje y de su ideología.