En el fatídico mes de septiembre de 2007 se produjo el crac financiero en Estados Unidos, el país donde todo es posible, y meses después las violentas réplicas de aquel terremoto económico nos sacudieron a nosotros, al otro lado del charco. Parece que fue hace un siglo, de hecho han pasado ya nueve larguísimos años de crisis, y allí ya se atisban los datos que pondrían teóricamente fin al ciclo tenebroso. Los analistas dicen que la economía americana está a punto de disfrutar del pleno empleo –eso que nosotros no hemos conocido jamás–, la inflación ronda el deseado dos por ciento –aquí aún contamos números negativos un mes sí y otro no– y el crecimiento del PIB se califica de «moderado». Con esas credenciales se reúne bajo las montañas Rocosas la conferencia anual de banqueros centrales y aunque el secretismo suele ser la norma, muchos especialistas creen que la receta está servida para una próxima subida de tipos de interés en Norteamérica. Una gran noticia para quienes tienen una cantidad notable de dinero y aspiran a sacarle alguna rentabilidad en el banco –ahora no dan nada y además te cobran comisiones hasta por respirar–, pero una pésima idea para quienes pagan hipotecas o arrastran deudas de cualquier tipo. Esto incluye a los gobiernos españoles, sea central, autonómicos y municipales, instituciones endeudadísimas que a pesar de los ocho años oficiales de crisis que llevamos a cuestas no han sido capaces de liquidar el sobregasto.
Para ellos habrá probablemente una tregua, porque tal como tardó la crisis en llegar a Europa un año desde que estalló en Estados Unidos, aquí las condiciones no se parecen ni de lejos a las que describen allí. Al menos en España, donde el paro sigue registrando niveles astronómicos y la inflación languidece, a pesar de que el PIB crezca a cierto ritmo. Pero nuestro país no es independiente, está a las órdenes de Europa y será allí donde se tomen las decisiones. Si el Banco Central decide inaugurar el período de subida de tipos, estamos apañados. A ver quién es el guapo que sigue financiándose a crédito a sabiendas de que todo lo que se coja y se gaste de más habrá que devolverlo con sus airosos intereses.