Hoy es la fiesta de Cristo Rey, una fiesta con la que termina el año litúrgico que hemos ido viviendo. El año litúrgico comienza cada vez con el tiempo de Adviento, tiempo de preparación para la Navidad, cuenta con los tiempos de Cuaresma y Pascua y el resto de semanas son lo que llamamos tiempo ordinario. Y así, a lo largo del año litúrgico vamos teniendo 52 domingos para ir fomentando nuestra fe, esperanza y caridad. Cada domingo, al participar en la Santa Misa, con el color de la casulla que viste el sacerdote celebrante (morado, blanco, verde o rojo) percibimos el tiempo litúrgico en que nos encontramos.
Este último domingo, pues, del año litúrgico está dedicado a la celebración de la soberanía o realeza de Cristo, a que proclamemos su soberanía no sólo sobre aquellos que, en cuanto creyentes en Él, hacemos parte de su Reino en la tierra, sino más aún de su realeza sobre todo el universo, porque es Él el principio, el centro y el fin de toda la creación y de la historia humana que se concluirá con su vuelta gloriosa al final de los tiempos con la instauración definitiva de su Reino.
Y este domingo, además, tenemos la conclusión para la Iglesia universal del Año Jubilar extraordinario de la Misericordia, que convocó el Papa Francisco, que abrió en Roma el 8 de diciembre de 2015 y que nosotros, siguiendo sus instrucciones abrimos en nuestra Santa Iglesia Catedral el domingo 13 de diciembre.
A lo largo de estos meses he ido diciendo en muchas partes que si Ibiza y Formentera viven y acogen las enseñanzas y los propósitos de este Año Jubilar de la Misericordia, serán unas Islas, unos lugares mejores aún de lo que ya son, porque experimentar la misericordia de Dios con todos es algo muy bueno y siendo conscientes de esa misericordia divina ser también nosotros misericordiosos nos hace mejores a nosotros y mejores nuestros ambientes.
Dios ha mostrado su misericordia de diferentes maneras, que se pueden expresar así: mediante el perdón de los pecados, mediante la justificación de la humanidad pecadora, y mediante la liberación realizada por la muerte y resurrección de Jesucristo. Y Jesucristo, Dios hecho hombre, ha practicado en todas sus palabras y obras la misericordia, sin ninguna excepción. El que Dios es misericordia y por eso nos perdona los pecados y nos hace justos amigos e hijos suyos son buenas noticias para la humanidad: alegran el corazón, quitan el miedo, incitan a la gratitud y a la alegría, así como a practicar también la misericordia.
A lo largo de este año parroquias, colegios, grupos, asociaciones, etc. han ido celebrando la misericordia de Dios. Así, pues, hemos tenido oportunidad de ir conociendo más y mejor el pensar de Dios manifestado en Jesús, que Dios nos salva, que nuestra vida en la tierra ha de ser una gozosa acción de gracias a Dios porque Dios nos salva, nos perdona, nos cuida como hijos, nos acompaña con misericordia. Que siendo Padre nos hace a todos hermanos y los que más ayuda necesitan han de recibirla en consecuencia, haciéndolo todo bien porque estamos de paso hacia la casa del Padre.
Así, pues, el Año de la Misericordia debe concluir llevándonos a la práctica ordinaria de las catorce obras de misericordia, cuidar unos de los otros ayudando y nunca importunando y ser anunciadores del Evangelio de Jesús.
Concluyo con un deseo del Papa Francisco:
«¡Cómo me gustaría que los próximos años estén inmersos en la misericordia, para ir al encuentro con cada persona portando la bondad y la ternura de Dios! Que a todos, creyentes y los alejados, pueda alcanzar el bálsamo de la misericordia como un signo del Reino de Dios, ya presente entre nosotros». Que sea una realidad entre los que vi- vimos en Ibiza y Formentera.