Son pocos los pintores que resisten la tentación de plasmar su autorretrato; también son pocos quienes al escribir sus memorias no lo hacen tratando de embellecer su imagen. Chencho Arias acaba de publicar un libro de memorias inteligentemente tituladas «Yo siempre creí que los diplomáticos eran unos mamones»; me lo dedicó así «A Melitón, del que será interesante conocer su opinión sobre esta obrita». Antes de pasar a analizar la «obrita», debo decir que no voy a ser objetivo porque siempre he sido partidario acérrimo, aunque nunca de forma activa y menos peloteante, del estilo directo del autor. Recuerdo que siendo él Subsecretario de Exteriores me encomendó que pronunciara en la Universidad de Leiden una conferencia sobre terrorismo que Felipe González no iría a pronunciar porque debía hacerlo en lengua inglesa. Aunque parezca mentira, en aquella época no había en el Ministerio un solo volumen dedicado a analizar el fenómeno terrorista y se lo hice saber. Inmediatamente me autorizó a comprar todos los que considerara oportuno. Una vez documentado y habiendo redactado el texto de la conferencia la sometí a la consideración de la Secretaría General de Política Exterior, que la echó para atrás con el argumento de que un diplomático español no podía hacer el tipo de consideraciones que yo hacía. No discutí; simplemente me limité a decirle a mi jefe directo que hiciera el favor de leerla y me autorizara o no a pronunciarla. Chencho la leyó de un tirón y me dijo que adelante: «The European Response to Terrorism» se ha convertido hoy en un clásico del tema (si se busca «Melitón» y «terrorism» Google ofrece 6.160 resultados).
Las memorias de que trato tienen virtudes indiscutibles: están muy bien escritas en un estilo a la vez desenfadado y contenido, son muy amenas y no tratan de engrandecer la figura del autor, algo infrecuente en este tipo de literatura.
La evocación de su infancia y adolescencia es la parte que más me ha conmovido y la que, a mi juicio, tiene mejor calidad literaria: adjetivación castiza e infrecuente, nostalgia contenida y ritmo sostenido. Otros lectores apreciarán más los relatos de su amplia experiencia profesional, que combinan acertadamente la seriedad de los temas que aborda con anécdotas que los enriquecen. El pulso narrativo no decae en ningún momento y las 536 páginas se leen en todo momento con interés. Lo recomiendo vivamente.
En un país nórdico, tuve un Embajador, persona modesta, encantadora y muy inteligente, que pretendía titular sus memorias «El diplomático que no se enteró de nada». Pienso que Chencho sí se enteró de todo. En cierta ocasión, en un país africano al que acababa de llegar, oí por casualidad que un hombre de negocios español le decía a otro, refiriéndose a mí, que era «tan normal, que no parece diplomático». Chencho es tan normal que a primera vista no parece diplomático. La diferencia es que él ha sido un gran diplomático y yo no. Ahí es nada.