Creo recordar que era Sigmund Freud quien, mientras se acostaba con su cuñada para sentir nuevos complejos de culpa, se refería al ego como “ese pequeño argentino que todos llevamos dentro”.
También hay quien define al argentino como un italiano que habla español y quiere ser inglés. Bah, yo solo sé que cuando viajo a la Argentina, me siento en casa. Y es algo recíproco: Son la nacionalidad foraster (me niego a llamar extranjero a un argentino) que más abunda en las Pitiusas.
Con la hambruna de la posguerra, el país que más generosamente nos ayudó fue la entonces muy rica y culta Argentina. Nos mandaban trigo y su deliciosa carne alimentada en pastos infinitos. El erudito diplomático José María de Areilza, el mismo que espetó a los Perón aquella frase antológica de “El gallego se va, pero la mierda se queda” (antes le habían llamado gallego de mierda), propuso que, ya que no había dinero, les enviásemos los restos paternos del general San Martín, su libertador.
Se montó un acto pomposo y cuando el embajador alemán afirmó no entender nada de un trueque tan hispano, el genial Agustín de Foxá respondió: “Pues es muy sencillo: ellos nos envían la carne y nosotros les devolvemos los huesos”.
La visita del presidente Macri y su estupenda mujer, Juliana Awada (¡ah, ese delicioso punto libanés!), ha reforzado de nuevo las relaciones entre dos países hermanos a los que a veces han separado los impuestos y los populismos.
Hoy toca tango pitiuso.