Llevamos 26 días viviendo la Cuaresma, que no es un mandato ni una imposición, sino una ayuda para, siendo mejor cristianos, ir caminando hacia la Pascua, hacia la Resurrección de Jesús, inicio de nuestra resurrección.
La Cuaresma es un tiempo propicio para intensificar nuestra vida como cristianos a través de los medios santos que la Iglesia desde siempre nos propone. Quisiera, en esta oportunidad, estimados hermanos y amigos, animaros a que seamos todos personas de caridad, de misericordia, como lo fue Jesús en sus años en la tierra, de forma que caminemos en nuestros años aquí con un encuentro y trato más vivo y fraterno con las demás personas, especialmente con los más necesitados, mirándolos a todos como lo que son: hermanos nuestros creados por el mismo Padre que es Dios.
La Cuaresma nos invita pues a enfocar desde una perspectiva más cristiana y más caritativa toda nuestra existencia. Caridad es hacer las cosas bien, pedir perdón a quienes hemos ofendido: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mt 5, 23-24).
Y no limitarnos sólo a los actos litúrgicos, sino tener también actos caritativos con todos nuestros hermanos, en especial con los más desfavorecidos. El papa Francisco definió la caridad de una manera muy concreta en su homilía al consejo de cardenales: “La caridad es simple: adorar a Dios y servir a los demás”. Si lo que intentamos es ser cada día mejores cristianos, la consecución de ese precioso objetivo tiene un hermoso camino, la Caridad.
Quien mucho ama pronto está dispuesto a cambiar y convertirse para así sintonizar mejor con la persona amada. Amar, pensar, acompañar y entregarse a los demás, a los más desfavorecidos es una manera certera de comprobar que la conversión obra en nosotros, es más, es el termómetro que marca nuestro nivel de Fe, Esperanza y Caridad. El tiempo de Cuaresma es tiempo de Caridad porque nos ofrece la ocasión de despojarnos de nuestras claustrofóbicas esclavitudes saliendo al encuentro de los otros…y situados ya en ese camino, poder decir como S. Agustín, «Ama y haz lo que quieras».
En el Catecismo católico, encontramos varias referencias sobre dar limosnas (gesto de caridad), practicar el ayuno (gesto de entrega) y vivenciar las oraciones (gesto de esperanza) en la época de la Cuaresma. Todas esas acciones se complementan a la principal, que es la penitencia, acto que expresa la conversión total a Dios.
En los ítems 1.434 y 1.438, el Catecismo establece que la práctica de gestos de caridad, en los 40 días de la Cuaresma, contribuye para una “purificación radical operada por el bautismo” como forma para obtener el perdón de los pecados, cuando demostramos nuestro esfuerzo de reconciliarnos con el prójimo. Así, todo acto de solidaridad, hecho para los necesitados, es un testimonio de caridad fraterna y también es una práctica de justicia que agrada a Dios.
La práctica de la caridad, conforme a la Primera Epístola de San Pedro (Capítulo 4, versículo 8), “cubre una multitud de pecados”. Y la doctrina católica también afirma: “Esos tiempos son particularmente apropiados para los ejercicios espirituales, las liturgias penitenciales, las peregrinaciones en señal de arrepentimiento, las privaciones voluntarias como el ayuno, las limosnas y el reparto fraterno (como las obras de caridad y las misioneras)”.
Por consiguiente, el tiempo de la Cuaresma es propicio para que desarrollemos gestos caritativos practicando la Caridad como señal concreta de ese período durante el cual la Iglesia pide a todos una vida de conversión, de penitencia y de esperanza en la Pascua del Señor.