Una de las imágenes más explosivas y radiantes de Ibiza no es el destello multicolor electrónico de las discotecas, sino el luminoso redondel del Pla de Corona encendido por las luminiscencias naturales de la flor de almendro en pleno mes de enero.
Por desgracia parece que los almendros de la zona ya son viejos y parecen estar concluyendo su ciclo vital y productivo.
Esta idea me vino a la mente cuando leí los estragos causados por la bacteria Xylella Fastidiosa, tan proclive a anclarse en los árboles frutales. En Italia han secado millones de árboles. De modo que si se extiende en las Pitiusas veremos cosas muy feas en muy poco tiempo. Solo cabe la esperanza de que la bacteria encuentre un reacción enérgica, pero ¿cómo? Nadie lo sabe.
Además los años pasados de sequía y el abandono generalizado de las labores del campo tampoco ayudarán a la supervivencia de este enclave privilegiado con un clima especial y bastante resguardado de los vientos agresivos.
Si en Ibiza se empleara la lógica -como en los afortunados y rentables bancales de cerezos del Valle del Jerte, Cáceres- se irían reponiendo nuevos almendros para cubrir las pérdidas que serán sucesivas y abundantes. No sólo en el Jerte, en casi todos los valles de la zona, facturan cantidades imponentes en la venta de las cerezas. Durante más de doscientos años, los payeses ibicencos han encontrado una forma práctica de monetizar su vida mediante la exportación de frutales como la algarroba, la almendra, albaricoque y otros frutales muy preciados.
No soy muy optimista con la actuación de unos técnicos a las órdenes de unos políticos ineptos (5 millones al año nos cuestan solo los políticos). A cobrar a fin de mes y el último que apague la luz. Quizás haya algunos con entusiasmo y buena fe, pero miren como muestra un botón: el otro día nuestra presidenta Armengol (que por cierto no alcanzó ni un 19% de los votos) afirmó que desde el Govern se habían tomado medidas contundentes para el control de las serpientes. Y no se le cayó la cara de vergüenza.