No nos engañemos, estamos gobernados por un conglomerado de aficionados, si no es algo mucho peor. Vivimos en unas islas bendecidas por el clima, con una situación geográfica privilegiada, que fueron descubiertas por el mundo exterior a principios del siglo XX. Ya en los primeros años 30, unos pocos empresarios detectaron su extraño y potente poder de atracción. Y el proceso empezó a desarrollarse, solo que fue traumáticamente interrumpido por una violenta guerra civil, que dejó la isla cubierta de sangre, miedo y represión. La guerra acabó en 1939, pero durante diez años el reloj pareció detenerse, el estancamiento fue tan profundo que se llegó a pasar hambre de veras y muy pocos pudieron salir si no fue de forma temeraria y subrepticia. Ay, aquellos botes a remos que llevaban siempre a Argel.
En los años 50, Ibiza recupera el tono, la agricultura y se comienza a prosperar a finales de la década. En los 60 se consolida un turismo de masas. En los 70 se explota la imagen de Ibiza con sus hippies y su moda adlib. En los 80 el proceso ya es imparable, tanto que la locura se ha apoderado de su gente. Llegados a este punto, hemos roto todas las marcas del sentido común.
Viven 150.000 almas en Ibiza a las que hay que sumar unas 200.000 plazas para los turistas. Se generan cataratas de dinero. Pero hemos averiado el mecanismo y si no lo restauramos cuanto antes nos vamos a pique. Se ha hecho mucho daño a Ibiza, pero quizás aún sea recuperable. Pongan unos cuantos cerebrazos a trabajar, no sin antes preguntarse: ¿de verdad creen que obligar al catalán es el gran problema de Ibiza? ¿De verdad?
@MarianoPlanells