No sabemos lo que nos pasa y eso es, precisamente, lo que nos pasa». En 1935, Ortega resumió con esta frase un estado de cosas alarmante. Doy por supuesto, tal vez o desde luego ingenuamente, que el lector tiene idea de lo que aconteció en la España de 1934: la huelga general revolucionaria fue un movimiento que se produjo entre los días 5 y 19 de octubre de aquel año durante el bienio radical-cedista de la Segunda República y estuvo alentado por importantes dirigentes del PSOE y de la UGT como Largo Caballero o Indalecio Prieto, pero también por la CNT, la FAI y el Partido Comunista de España: a todos ellos, grandes demócratas, les resultaba intolerable que la CEDA hubiera ganado limpiamente las últimas elecciones. Ortega sabía perfectamente lo que nos pasaba puesto que tan tempranamente como en septiembre de 1931 había publicado en Crisol su artículo «Un aldabonazo» que contenía el no menos famoso «no es esto, no es esto», en el que decía: «… es evidente que si se compara nuestra República en la hora feliz de su natividad con el ambiente que ahora la rodea, el balance arroja una pérdida, y no, como debiera, una ganancia. Nació esta República nuestra en forma tan ejemplar que produjo la respetuosa sorpresa de todo el mundo. Caso insólito y envidiable». No menos insólito y envidiable fue la denominada «transición» y no menos evidente resulta hoy que si se compara nuestro régimen constitucional en la hora feliz de su natividad con el ambiente que ahora lo rodea, el balance también «arroja una pérdida, y no, como debiera, una ganancia». El problema, hoy, es que se descarta una solución traumática como la del Alzamiento de 1936, por lo que esa pérdida se antoja ya permanente.
En realidad sí sabemos hoy lo que nos pasa, lo que pasa es que, como Ortega, no queremos saberlo y eso es porque el diagnóstico al que se llegaría colisionaría con lo políticamente correcto, el gran tabú de las pseudemocracias impostadas.
Paralizada por una abulia materialista anestésica, la España alegre y confiada va tratando de dar visos de normalidad a una situación cada vez más potencialmente explosiva. El desafío secesionista que en cualquier país de nuestro entorno hubiera terminado con sus promotores entre rejas, se tolera aquí con paciencia cobardona digna de mejor causa. Ahora ya se propone que andaluces y extremeños cobren un subsidio sin trabajar, que es utopía compartida por todo buen español. La policía desaloja a los dueños legítimos de una casa tras la denuncia … de sus ilegítimos ocupantes. La alcaldesa de Madrid cede instalaciones municipales para que se promocione el secesionismo catalán. Se falsifica la historia alterando con gran ignorancia el callejero de las ciudades. Una concejal socialista andaluza imparte clases de ocupación de viviendas ajenas. Tres ciudadanos que nunca han cotizado a la seguridad social aspiran, tan panchos, nada menos que a gobernar España. Individuos que han sido detenidos decenas de veces adquieren la condición de reincidentes … en ser liberados acto seguido para que puedan seguir delinquiendo. Muchos juicios se demoran diez o doce años mientras jueces partidistas filtran a la prensa amiga partes de los sumarios que ellos mismos han declarado secretos. De los mil ochocientos políticos imputados por corrupción (!) apenas ochenta están en la cárcel. Quienes claman contra la inicua crisis siguen abarrotando estadios de fútbol en los que los precios distan de ser populares. Se permite pasar curso a quienes no superan los exámenes destinados a acreditar que están en condiciones de hacerlo. Las Cortes pierden el tiempo debatiendo temas de tanta relevancia como la prohibición de la amputación del rabo de los cánidos. Las alcaldas de Madrid y Barcelona (sin alcaldeses no puede haber alcaldesas, deben pensar ellas en su fanatismo feminista) paralizan inversiones de 14.000 millones de euros (casi dos billones y medio de pesetas) y millares de puestos de trabajo, tal vez porque su aspiración es implantar pobreza, aunque, eso sí, equitativamente repartida. Sin el apoyo del PSOE en los ayuntamientos de las grandes ciudades y el de dos cadenas de televisión, la Cuatro y la Sexta, Podemos sería un incidente efímero en el palomar político pero el tacticismo del PP y el radicalismo irresponsable de Pedro Sánchez han dado alas a un polluelo de buitre que sin ellas hubiera caído irremisiblemente del nido.
España está en fase de disolución pausada pero difícilmente evitable; la propició el paso de acceder competencias en materia educativa a las comunidades autónomas, el someter al poder judicial al arbitrio gubernamental decretando la muerte de Montesquieu y el alentar las veleidades catalanistas en el infausto gobierno de Rodríguez Zapatero, uno de los gobernantes más insolventes de un país que puede presumir de haberlos tenido en grado superlativo: Carlos II el Hechizado y Fernando VII el Deseado, por ejemplo.
La corrupción de nuestro sistema no es tanto económica como moral y de principios y contra eso no hay legislación que pueda. Conviene no olvidarlo.