Vamos leyendo sobre la ocupación hotelera, menor a lo esperado y el grado de satisfacción de los clientes. Nada nuevo, nada que no hayamos escrito aquí, nada que no se supiera. Los turistas no se van satisfechos de la experiencia, por decirlo de forma agradable. No pocos se marchan furiosos, se sienten estafados y se prometen no volver a pisar la isla jamás en su vida.
Ocurre algo que inspira pánico a los empresarios: bajan los índices de repetición. Hay algunos destinos malditos así, despiertan mucha curiosidad, pero una vez visitados las expectativas no se cumplen y el visitante no se siente con ganas de repetir.
Uno de ellos es Cuba, otro pasará a ser Ibiza, Formentera y Mallorca, en mayor o menor grado. Imagino que a La Meca, en Arabia, le ocurre lo mismo. O a Río de Janeiro.
Claro que va gente, mientras haya una masa crítica de reposición, estos destinos siguen recibiendo turistas mal que bien. Y algunos los visitan por alguna motivación personal. En Ibiza es el narcoturismo, el turismo gay y el gamberrismo etílico o pastillero. O sea, sexo, rock y drogas, la trilogía mágica tan antigua casi como la Odisea de Homero.
Llama la atención que algunos hoteleros descubran ahora que han tocado techo. Lo tocaron hace unos 30 años y se puede recuperar la hemeroteca para comprobarlo. Cada vez que hay crisis, se oyen los quejidos. De hecho, las plazas oficiales apenas han cambiado, siempre sobre las ochenta mil (ahora casi 85.000).
Aparecen en escena nuevos ingredientes: Ecotasa; miles de turistas aportados por los cruceros; la explotación masiva de pisos particulares y el proceso de gentrificación de plazas para destinarlas al lujo.
Durante 3 meses. No hay milagros.
@MarianoPlanells