Si no fuera por la cantidad de sentimientos encontrados que la jornada del día 10 en el Parlament ha despertado en la ciudadanía española, fundamentalmente en la catalana, este episodio surrealista protagonizado por el president Puigdemont podría muy bien catalogarse como una mezcla de ópera bufa y teatro pánico. Pero la desolación, el desconsuelo, el dolor, la tristeza, la rabia, el miedo, la desesperanza de tantísima gente no pueden llevarnos ni a la risa que el espectáculo puede despertar en quienes sean capaces de observarlo desde cierta distancia, ni tampoco a la melancolía de quienes venimos viviendo y sufriendo las múltiples etapas de su desarrollo hasta el culmen de esta puesta en escena.
Hasta tal punto ha resultado surrealista la declaración de Puigdemont que hoy nadie se pone de acuerdo sobre si ha sido una declaración de independencia real, de semi independencia, de independencia a plazos, subrogada o metafísica, y hasta los expertos constitucionalistas dudan sobre si, en función de todo ello, serían aplicables o no medidas de carácter judicial o puesta en marcha de mecanismos coercitivos. Unos dicen que sería perfectamente aplicable el tan traído y llevado artículo 155, mientras que otros afirman que la vacuidad de la declaración impediría o, cuando menos dificultaría tomar las medidas judiciales contra el president y sus socios-cómplices en el desafuero.
Lo cierto es que hay una realidad y solo una: nada de lo que los nacionalistas-independentistas han llevado a cabo hasta el momento tiene el más mínimo valor jurídico; ni el referéndum ni la pseudodeclaracion de independencia. Todo ha sido un largo y penoso paripé que tan solo ha conseguido fracturar a la sociedad y provocar un caos de imprevisibles consecuencias socioeconómicas.
Y parece evidente que los protagonistas de tamaño desastre tendrán que pagarlo porque no puede quedar impune todo el daño que han causado a la sociedad. Aunque, como muy bien dijo Josep Borrell el pasado domingo, eso es algo que deberá dejarse a los jueces.
Ya era hora de que nuestro presidente actuase con el apoyo de los partidos constitucionalistas, PSOE y Ciudadanos, poniendo en marcha el mecanismo constitucional que frene, de una vez por todas, el disparate secesionista. Desgraciadamente con Podemos y sus confluencias no ha podido contarse, habida cuenta de la insólita postura que han adoptando, pidiendo dialogo a sabiendas de que era inútil dialogar con quienes ponen como condición inamovible una independencia imposible.Ahora, habrá que manejar con tiento, prudencia y eficacia los actos y los tiempos, en pos de una elecciones que clarifiquen, o al menos atemperen, las cosas.