Este otoño veraniego es cada vez más insolente y prolongado. Entre el cambio de horario y el cambio de clima uno se siente confuso, como aquellas navidades que pasé en Río de Janeiro a treinta y pico de grados en bañador. ¿Cómo celebrar el día de Todos los Santos con este calor? Más aún, el día de difuntos, hito entrañable que cada año nos ayuda a recogernos en familia para cascar piñones y abrir los sugerentes granados (símbolo de Tanit, de la fertilidad, porque la vida ha de vencer siempre a la muerte). La renovación ha de vencer a la consunción y por ello este derroche de símbolos de vida y fertilización.
En las islas entregadas a la orgía turística sensual y ruidosa, suena anacrónica esta celebración rural que llega al alma de los fenicios pitiusos y nos adentra en una mitología doméstica que ya lleva al menos dos mil años sobreviviendo a civilizaciones y desventuras.
Por la noche, la familia se reúne en la mesa comunal para asar las castañas, descascarillar los piñones y para degustar las almendras o avellanas. Quien tenga higos secos los incorporará a la ceremonia pausada y silenciosa. En la noche de difuntos se dejarán sobre la mesa los granos y la comida por si llega la visita de los familiares difuntos y estos quieren sumarse a la celebración. No se retira la mesa, no se limpian las cáscaras ni se apagan las candelas o candiles en toda la noche.
Filtraciones culturales, reminiscencias que perduran en el inconsciente colectivo de los ibicencos, que somos fenicios. En esta humilde cena nos sumamos todos en cuerpo y alma como homenaje a nuestros orígenes fenicios.
@MarianoPlanells