El solsticio navideño es tiempo de milagros. Hay más alegría en las calles, el alcohol fluye como una maná inagotable, resuenan los villancicos y la zambomba flamenca que para, templa y manda al toro atávico de nuestros deseos; hay un auge de esa fuerza irresistible que es la bondad y abrazamos al amigo bolas triste que encuentra estas fechas insoportables, critica el pésimo gusto de la iluminación municipal y el desmedido consumo dirigido por la propaganda consumista, pero que a la segunda copa se entona y contagia de las ilusiones infantes para rumbear rejuvenecido.
Cuando se es joven, se es para toda la vida.
Es un gozo participar del sentimiento festivo, entonar una plegaria a María cuando volvemos de farra por una calle invernal, visitar el belén encantador de una iglesia solitaria a una hora intempestiva, ser hospitalario con unos extraños que pueden ser ángeles disfrazados en una librería parisina o en la sierra de Es Amunts, y descubrir cómo la magia se entremezcla con la vida en eterno milagro. La Navidad es el triunfo de la luz sobre la oscuridad, es tiempo de esperanza y siempre L´amor che move il sole e l´altre stelle.
Celebramos el mensaje de amor de la Madre y el Niño mezclando copas y misticismo, que el sincretismo es cosa buena y nos hermana. ¿Que hay algunos que parecen solo ser alegres y generosos durante unos días, como esclavos de una obligación ficticia? Bueno, si se atreven a ser afortunados y elegantes, ya aprenderán a extenderlos al resto de su existencia. Incluso el supremo cínico Voltaire confesó: He decidido ser alegre porque es mejor para mi salud.
La vida es un misterio gozoso. ¡Mantente radiante!
Feliz Navidad.