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OPINIÓN | Lucas Ramón Torres, sacerdote

3er domingo T.O. (Mc. 1,14-20)

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El Arrepentíos y creed en el Evangelio. Tanto Juan Bautista como Cristo y sus apóstoles insisten en que es preciso convertirse, cambiar de actitud y de vida como condición previa para recibir el Reino de Dios. La expresión «Evangelio de Dios», la encontramos en San Pablo como equivalente a la de «Evangelio de Jesucristo»; de este modo se insinúa la divinidad de Jesucristo. San Juan Pablo recalca la importancia de la conversión de cara al Reino de Dios, expresión clara de su misericordia. La conversión a Dios consiste siempre en descubrir su misericordia, descubrir el amor que Dios, Padre de nuestro Señor Jesucristo, nos ama a todos y nos ama siempre. La conversión a Dios es siempre fruto del ‘reencuentro' de este Padre rico en misericordia. La conversión a Dios de cualquier persona -siempre efecto de la gracia-, proviene de la Misericordia Divina más que de la Divina Justicia. Dios, como el Padre del hijo pródigo, espera siempre al pecador arrepentido con los brazos abiertos y lleno de ternura y amor. Nadie debe desconfiar de la misericordia infinita de nuestro Padre Celestial.

El Evangelista narra la llamada de Jesús de algunos de los que formarían el Colegio Apostólico. El Señor, desde el comienzo de su ministerio público en Galilea, busca colaboradores para llevar a cabo su misión de Salvador y Redentor. Busca personas habituadas al trabajo, acostumbradas al esfuerzo, sencillas de costumbres. La desproporción humana es un hecho, pero ello no constituye un obstáculo para que la entrega sea generosa y libre.

Es Jesús quién elige. Ante la simple invitación al seguimiento fue suficiente para que los apóstoles se pusieran incondicionalmente a disposición del Maestro.

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